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Túpac Amaru II: Voz milenaria de rebelión y dignidad andina

Equipo Comunicación

José Gabriel Condorcanqui Noguera, conocido en la historia como Túpac Amaru II, fue más que un líder insurgente: fue la expresión viva de una memoria colectiva que se negó a morir. Su lucha no solo fue contra el sistema colonial español, sino contra siglos de opresión, explotación y silenciamiento de los pueblos indígenas de Abya Yala. Su figura representa el reencuentro con una historia negada y el despertar de una conciencia ancestral.

Túpac Amaru II nació en Surimana, en la provincia de Canas (actual Perú), hacia 1738. Descendiente directo del último Inca de Vilcabamba, Túpac Amaru I, heredó el título de curaca, autoridad indígena reconocida dentro del sistema colonial. Esta posición le permitió conocer de cerca los abusos del régimen virreinal, especialmente las condiciones inhumanas a las que eran sometidos los pueblos originarios bajo el régimen de la mita, sistema de trabajo forzoso impuesto por los españoles en las minas y obras públicas.

Su voz se alzó por primera vez a través de peticiones formales. Solicitó a las autoridades coloniales la abolición del trabajo obligatorio, la reducción de los impuestos y el respeto a los derechos de los pueblos. Pero la corona española hizo oídos sordos. Entonces, en un acto de justicia insurgente, Túpac Amaru II encabezó el levantamiento indígena más importante del siglo XVIII: la Gran Rebelión de 1780.

El 4 de noviembre de ese año, marcó un punto de no retorno al capturar y ejecutar al corregidor Antonio de Arriaga, símbolo del poder colonial. Desde ese momento, su movimiento ganó fuerza entre campesinos, indígenas y mestizos del sur andino, quienes vieron en él una esperanza largamente esperada. Reunió a más de 17 mil combatientes y llegó a cercar el Cuzco, corazón del antiguo Tawantinsuyu, reclamando justicia, tierra y libertad.

Aunque logró importantes victorias, como la Batalla de Sangarará, su avance fue contenido por la superioridad militar española y la traición de algunos sectores aliados. Fue capturado junto a su esposa Micaela Bastidas –quien también fue una brillante estratega y líder del movimiento– y sus hijos, siendo sometido a un juicio injusto y cruel. El 18 de mayo de 1781, en la Plaza de Armas del Cuzco, fue ejecutado de forma brutal. Intentaron descuartizarlo atándolo a cuatro caballos, y al no lograrlo, lo decapitaron públicamente. Micaela y su hijo Hipólito también fueron asesinados ese mismo día, en un intento desesperado de apagar la rebelión.

Pero su muerte no fue el final, sino el principio de un legado. La Gran Rebelión marcó un precedente en las luchas por la independencia que estallarían décadas después en toda América Latina. Más allá de la historia oficial, Túpac Amaru II permanece como un símbolo de dignidad, resistencia y soberanía de los pueblos indígenas.

Hoy, su memoria nos convoca a revisar el presente desde una mirada crítica y descolonizadora. En tiempos en los que aún persisten formas modernas de exclusión, su vida nos recuerda la urgencia de reivindicar las voces ancestrales, reconstruir la justicia histórica y fortalecer los procesos de autodeterminación de los pueblos originarios.

Hablar de Túpac Amaru II no es hablar solo del pasado. Es abrir una conversación urgente sobre el presente y futuro de nuestras culturas. Su lucha sigue viva en cada comunidad que defiende su territorio, su lengua, su memoria y su derecho a existir desde su propio horizonte civilizatorio.

«Volveré y seré millones», dijo antes de morir. Y hoy, en cada rincón donde la memoria resiste, Túpac Amaru regresa una y otra vez como semilla y fuego.

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