Boletín No 10

ICCI

Editorial

La Reconstitución de los Pueblos de la Nacionalidad Quichua y los Parlamentos Indígenas

El proceso de reconstitución de los pueblos de la nación quichua del Ecuador, a no dudarlo, es uno de los procesos inéditos más importantes de los pueblos indígenas en América Latina y que abren el espacio del reconocimiento a la alteridad de nuestras naciones desde la aceptación de la pluriculturalidad y de la interculturalidad, y que, además, cuestionan en lo fundamental la esencia misma del Estado, al mismo tiempo que evidencian el carácter real que tiene el Estado dentro de nuestra sociedad, esto es, como la imposición de una forma de dominación, de ejercicio del poder y de control social. La formación del Estado-nación en el caso del Ecuador, adoptó las formas jurídicas, políticas e ideológicas que había desarrollado la burguesía europea en el siglo XVIII. Se construyó un estado de forma burguesa en donde no existía una burguesía, y se le dio una forma republicana cuando no existían procesos de ciudadanía, ni formación de partidos políticos. El Estado que se construyó en 1830 en lo que antes se denominaba la «Real Audiencia de Quito», articulaba formas de control y de dominación que venían desde la colonia, con los intereses de la clase dominante emergente, y buscó legitimarse con un discurso liberalizante en lo económico y en lo político. El Estado moderno ecuatoriano, en realidad, se construyó como una forma de articular nuevas relaciones de poder sobre instituciones económicas, sociales y políticas ya existentes. Esta contradicción entre el carácter jurídico-político del Estado ecuatoriano y su realidad, atraviesa toda la historia republicana del Ecuador. Desde su formación en 1830, es apenas en 1999 que la clase dominante logra por fin definir con exactitud los límites geográficos del Estado Ecuatoriano. Pero, el mismo año en el que finalmente se logra dibujar el mapa real del Ecuador, surgen con fuerza los pedidos de autonomía regional y de descentralización. La formación del Estado Ecuatoriano, revela así, su carácter más bien provisional y espontáneo, y su inconsistencia con la realidad histórica del Ecuador. Desde la formación misma del Estado Ecuatoriano, el reto ha sido el de construir una nación para ese Estado. Durante todo el siglo XX se escuchan las voces que reclaman por la identidad ecuatoriana y por la construcción de un «proyecto nacional». Sin embargo, la categoría de «nación» parece no articularse de manera coherente con la formación del Estado como estructura de poder y de dominación. La «nación ecuatoriana» que recurre incluso a lo folclórico y anecdótico para legitimarse, no pasa de ser una construcción forzada e ideológica. Sin duda alguna, el desafío más importante para la definición de la «nación» ecuatoriana, ha sido realizado por los pueblos indígenas originarios del Ecuador. Han sido ellos quienes desde la década de los ochenta, otorgaron sentido y coherencia histórica a la categoría de «nación». Se reclaman a sí mismos como «nacionalidades» y defienden un concepto de soberanía que es extraño e incomprensible para la actual estructura del poder. En efecto, cuando los indígenas del Ecuador, propusieron en 1990 el concepto de «nacionalidad» y obligaron a aceptar la categoría de la «plurinacionalidad» del Estado Ecuatoriano, evidenciaron que durante toda la época republicana, la clase dominante había sido incapaz de articular, formar y consolidar una identidad nacional y una nación. A lo sumo, había logrado desarrollar un aparato estatal y una división geográfica que manifestaba el ejercicio del poder a través del control geográfico de las poblaciones y de los territorios. Por ello, los múltiples reclamos y la manifiesta incomprensión de la propuesta de «plurinacionalidad» que suscitó entre diversos sectores de la sociedad, incluido el Presidente de la República de ese entonces, Dr. Rodrigo Borja. Para ellos, el Ecuador era uno solo e indivisible. La soberanía, decían, no es negociable. No existe, argumentaron, otra cultura y otra identidad que la «ecuatoriana». Por esta razón apelaban a la asimilación de la población indígena a un proyecto atrasado de modernidad, y aceptaban, como máxima concesión, el mestizaje de la población ecuatoriana. Una década después, la pluriculturalidad y la interculturalidad son ya discursos socialmente aceptados en el Ecuador. Pero ha mediado un profundo y complejo proceso de discusión, debate, controversia, lucha y disputa, tanto al interior del movimiento indígena ecuatoriano, cuanto a nivel de toda la sociedad. Efectivamente, a pesar de que se hayan aceptado en el debate político la inclusión de las categorías de pluriculturalidad, la sociedad ecuatoriana sigue siendo profundamente racista, excluyente y autoritaria. Es en virtud de ello, que el movimiento indígena ecuatoriano ha ido ampliando el horizonte de sus expectativas políticas. En efecto, no bastaba con incluir en la Constitución Política del Ecuador los derechos colectivos y el reconocimiento a la pluriculturalidad y la interculturalidad, había que ir más lejos. A pesar del reconocimiento de la pluriculturalidad, el ejercicio del poder excluía de hecho a la población indígena de todo el debate político nacional, al mismo tiempo que descargaba sobre sus hombros el peso de la crisis del sistema. Son los pueblos indígenas los más duramente golpeados por la crisis a pesar de que son ellos quienes aseguran la sobrevivencia alimentaria del país. El movimiento indígena comprendió que a las propuestas de pluriculturalidad había que acompañar las propuestas de democratización real y efectiva de la sociedad en los ámbitos políticos y económicos. El reconocimiento de la pluriculturalidad es letra muerta sin una real participación en la conducción política y económica del país. Algunos acontecimientos fueron conformando una nueva práctica política dentro del movimiento indígena, que rebasaba la visión de las demandas sectoriales y particulares hacia una comprensión más vasta y más comprometida. Aquello puede ser comprobado durante el mes de julio de 1999, cuando el movimiento indígena hizo suyas los pedidos de todo el pueblo y lideró las jornadas de protesta en contra de la imposición de un paquete de ajuste económico. De esta manera, el movimiento indígena se convierte en referente político y organizativo dentro de un proyecto de resistencia a la imposición del poder. Pero al mismo tiempo, el movimiento indígena entra en un proceso de definiciones internas a través de la búsqueda de una identidad más profunda, que le posibilite un marco de acción histórico más amplio y más al largo plazo. Es el proceso de reconstitución de los pueblos de la nacionalidad quichua. Iniciado por los pueblos Cayambis, de la sierra norte del Ecuador, este proceso que nace desde lo histórico, se define básicamente como un proceso político de construcción de un concepto nuevo de soberanía, que implica, de hecho, un concepto nuevo de Estado y de sociedad. Dentro de este proceso de reconstitución de los pueblos, la búsqueda de la memoria ancestral se revela también como la búsqueda de nuevas posibilidades para el futuro. El concepto de «nacionalidad» que tuvo una importancia estratégica durante los años 80 y 90, se revela insuficiente en el momento de redefinir a los pueblos pertenecientes a la nación quichua. Es necesario, entonces, otorgarle nuevos contenidos y nuevas posibilidades. El concepto de soberanía que emerge desde el proceso de reconstitución de los pueblos, es un concepto diferente a aquel concepto inherente a la categoría de «nación». Es el proceso de reconstitución de los pueblos el encargado de darle nuevos contenidos a la definición de soberanía, al concepto de Estado, e incluso a los conceptos más particulares y específicos como aquellos de la descentralización, de reforma y reestructura del Estado. La reconstitución de los pueblos de la nación quichua implica, de una parte un proceso de auto-identificación histórica, redefinición organizativa, y autoconsciencia de los pueblos indígenas, pero, de otra parte, es también el ejercicio de un poder alternativo y diferente. De este proceso deben emerger las definiciones necesarias para estructurar los gobiernos y los cabildos comunitarios. La participación de la comunidad y de las organizaciones son aspectos claves en la discusión y en el debate sobre la reconstitución de los pueblos, porque se trata, en definitiva, de estructurar un nuevo tipo de conciencia y de organización que sean capaces de dar sustento a una nueva propuesta de país y de sociedad. Es dentro de este proceso de reconstitución de los pueblos de la nación quichua que se plantea la necesidad de crear un nuevo espacio de discusión política y social, son los parlamentos indígenas. Concebidos como espacios organizativos en los cuales cuenta la participación democrática de las comunidades, los parlamentos indígenas intentan constituirse como las semillas de una democracia radicalmente diferente a la existente. Una democracia que rebase los aspectos formales del voto y la delegación, para incorporar plenamente a los individuos en la conducción y gestión de su sociedad.

El Movimiento Indígena y la Construcción de una Democracia Radical

Por: Miguel Lluco Tixe

1. La aplicación tortuosa del modelo neoliberal en el Ecuador En 1979 el Ecuador retorna a la democracia formal luego de casi dos décadas caracterizadas tanto por dictaduras militares como por tímidos intentos de un proceso de industrialización y de desarrollo de un capitalismo nacional. Apenas dos años después del retorno a la democracia, en 1981, presenciamos la primera crisis llamada para entonces la crisis de la deuda. Elevación de precios de los productos de la canasta básica, de la gasolina, del gas, etc. Etc. El clásico recetario del ajuste neoliberal fue impulsado precisamente un presidente demócrata cristiano, el Dr. Osvaldo Hurtado. Pero, para entonces, la idea generalizada era que había que enfrentar esta situación de crisis con un poco de entereza durante unos meses o quizás uno o dos años. Sin embargo, con el dolor y angustia de la amplia mayoría de la población, cerramos el siglo y el milenio, veinte años después, y nuevamente con el presidente demócrata cristiano sumidos en la peor crisis de la historia nacional. Ocho gobiernos se han sucedido en este período. Con matices y estilos distintos, pero básicamente bajo la misma inspiración del neoliberalismo, han optado uno tras otro por recurrentes medidas de ajuste. El ritual del paquetazo ha seguido infaltablemente a la toma de mando de todos y cada uno de los gobiernos que justificaban como el sacrificio necesario para entrar enseguida en el paraíso neoliberal. La profundidad de la crisis por la que atraviesa el país demuestra que los sectores dominantes del Ecuador han sido incapaces de asumir su papel. Acostumbrados a medrar del Estado y a vivir de sus prebendas, no han podido siquiera aplicar con éxito su propio proyecto político y económico. Su actitud ha sido mezquina y servil. Mezquina, porque sus objetivos han sido apenas los de preservar pequeños intereses familiares o de grupo, ni siquiera una lógica de clase global; servil, porque hace rato perdieron la perspectiva de la nación y solo intentan conseguir alguna inserción subordinada a la lógica del capital transnacional. 2. Un balance desolador Si en otros países del continente los sectores dominantes pueden exhibir alguna ventaja de la reforma neoliberal, en el Ecuador no es posible siquiera hacer una evaluación similar. El balance de estos años es desolador.
  • La economía nacional se ha reprimarizado y con ello es cada vez más vulnerable a factores que van más allá de su control. La dinámica del mercado, el proteccionismo de los países del primer mundo y el juego de precios provocan profundas depresiones económicas o pequeñas recuperaciones sin que nada podamos hacer.
  • Gran parte de la industria, la agricultura del consumo interno, la artesanía, en definitiva, la pequeña y mediana empresa, han sido fatalmente golpeadas por este modelo y, por supuesto, el pequeño productor urbano y rural. Las cifras del desempleo son contundentes. Para julio del 99 se estima que se ha llegado al 17% de desempleo y 55% de subempleo. Siete de cada diez ecuatorianos no tienen una fuente de ingreso digna y estable.
  • A lo largo de estas dos décadas, el país se ha polarizado social y económicamente. Mientras se han incrementado algunas fortunas que vienen casi de la colonia, y han aparecido sospechosamente otras nuevas, la participación de las remuneraciones en el Producto Interno Bruto (PIB) ha decrecido dramáticamente. Mientras que en 1980 éstas representaba el 31.9% del PIB, en 1997, apenas representan el 13,9%.
  • Las instituciones del Estado desarrollista que, mal que bien, se planteaban alguna lógica redistributiva (FODERUMA, DRI, BNF, etc.) han sido desmanteladas o están en fase de agonía terminal.
  • Como era de esperarse la pobreza ha crecido de modo dramático. Dos tercios de la población están debajo de la línea de pobreza. El salario familiar promedio no alcanza a cubrir el 50% de la canasta familiar.
Para el sector indígena y campesino, el impacto de estas políticas ha sido mucho más grave. La política de los gobiernos ha privilegiado absolutamente a la producción para la agro-exportación, abandonando la producción para el mercado interno; el precio de los insumos industrializados ha crecido mucho más que los precios de los productos agrícolas; en definitiva, el campo ha soportado la baja de salarios de las ciudades. Las condiciones de vida de la población indígena son alarmantes: pobreza: 74%, desnutrición infantil: 45%, analfabetismo en mujeres: 38%. A la par de este cuadro, se ha debilitado la democracia. La corrupción campea y se convierte casi en denominador común, consustancial con el modelo. Tres presidentes, incluyendo el actual, han sido sindicado, un ex vicepresidente está prófugo y la colonia de funcionarios y banqueros ecuatorianos en Miami es una de las de mayor crecimiento. El grado de desprestigio y deslegitimación del sistema político, ha crecido a la par de la pobreza. La justicia sigue siendo para quienes pueden comprarla; los organismos de control no han sido capaces de vigilar los manejos de los recursos públicos. En fin, la democracia se ha debilitado al punto de reducirse a la inversión de grandes empresas electorales y a la rutina del voto. 3. La emergencia del movimiento indígena y otros movimientos sociales. El protagonismo que tuvo el movimiento obrero ecuatoriano en los primeros años de resistencia al modelo, se vio seriamente golpeado. Esto fue producto no solo errores, que a su momento fueron señalados, sino la arremetida del capital contra los trabajadores sindicalizados. Al mismo tiempo y de manera paciente y silenciosa, estaba en marcha la constitución del movimiento indígena ecuatoriano. Se trata de acumulados sociales históricos que recogen desde las primeras luchas de los años treinta, pasando por las impulsadas durante la década de los setenta, hasta el ciclo de movilización y construcción organizativa de estas dos últimas décadas. La formación la Federación Ecuatoriana de Indios (FEI), en la década de los cuarenta y de el ECUARUNARI, a inicios de los setenta, expresa una creciente capacidad de las comunas, nacionalidades y pueblos de organizarse y luchar con autonomía e independencia. Hay varias oleadas de lucha y organización que culminan con la fundación de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) en 1986. Años de consolidación y aprendizaje; de una identidad común; de gestación de una generación de dirigentes que supieron combinar adecuadamente la doble dimensión de nuestra lucha como pobres y como indios. Esa capacidad de combinar la dimensión social y económica de la explotación del capitalismo, con la dimensión histórico cultural de la opresión a nuestra propia identidad ha sido la mayor fortaleza del movimiento indígena ecuatoriano. 1990 marca un hito en nuestra historia. El levantamiento de mayo y junio protagonizado por cientos de miles de indígenas a lo largo y ancho del país logra por fin visibilizar nuestra presencia. Dejamos de ser «pobres indios» para unos, y apenas «campesino menores de edad» para otros. La sociedad se ve obligada a reconocer en nuestra lucha una presencia vigorosa. En 1992 las nacionalidades amazónicas realizaron una marcha histórica para exigir el reconocimiento de sus territorios; en 1994 enfrentamos el intento de imponernos una ley agraria reaccionaria; en 1995 participamos activamente en la campaña en contra de la privatización de la seguridad social. Tras cada uno de estos momentos de movilización hay una enorme carga de vida, esfuerzo, entrega y esperanza. Es el impulso de esa minga por la vida que ha permitido que el movimiento indígena logre inspirar, impulsar, acompañar y aprender con nuevos actores sociales que han ido configurándose en estos años. Particularmente hemos acompañado la constitución de la Confederación de Afiliados del Seguro Social Campesino (CONFEUNASSC), y la Coordinadora Nacional Campesina, las organizaciones de trabajadores energéticos, movimientos urbano populares, ecologistas, de mujeres, agrupados actualmente en la Coordinadora de Movimientos Sociales (CMS). 4. Luchas, avances y logros Hemos aprendido, además, a combinar la lucha concreta y cotidiana de las demandas y reivindicaciones de día a día, por tierra, crédito, agua, caminos, educación, con la formulación de una propuesta global de transformación del país. Entendemos el movimiento indígena como un sujeto de cambio y transformación radical de las estructuras de un Estado Uninacional burgués y neoliberal. Por ello formulamos un Proyecto político que pretende superar las contradicciones fundamentales de este sistema y enfrentar a los responsables del actual orden cosas. La acción del movimiento ha logrado varias conquistas que mejoran la vida de los compañeros. Una gran parte de los conflictos de tierra han tenido resolución favorable para las comunidades; hemos arrancado del Estado algunos recursos económicos para el desarrollo de nuestros pueblos. Pudimos institucionalizar un espacio de definición y ejecución de políticas de Estado para los pueblos indios (CODENPE), para garantizar políticas públicas sin tener que hacer el juego a los gobiernos de turno y terminar convertidos en masa de maniobra. El movimiento indígena ha democratizado al Estado y las leyes. Las propuestas presentadas en la última Asamblea Constituyente por el movimiento indígena y otros importantes movimientos sociales, constituyen los más significativos avances en la democratización de la sociedad en los últimos años. El reconocimiento de las circunscripciones indígenas, de los derechos colectivos de los pueblos, pero también los elementos de participación social y ciudadana que se introducen, la preservación de los principios de universalidad y solidaridad de la seguridad social, la protección del medio ambiente y la penalización de los delitos ecológicos, etc., etc. son avances que todavía están en el papel y que es nuestro deber el de concretarlos. El movimiento indígena ecuatoriano, codo a codo con otros sectores, ha avanzado también en la constitución de una expresión política, el Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik Nuevo País. Concebido como un espacio de independencia y autonomía política, amplio y democrático, Pachakutik enarbola una bandera de esperanza, de construcción de un Estado Democrático Plurinacional, un modelo de desarrollo basado en el mejoramiento de las condiciones de vida de la población, en la búsqueda de la equidad social, del respeto a las diferentes expresiones culturales y modos de vida, en la reconstrucción democrática de un nuevo estado. La fundación de Pachakutik ha significado un paso adelante no exento de problemas, sobre todo en la búsqueda de una centralidad política y en la necesidad de respetando las particularidades, construir un perfil sólido para enfrentar este viejo sistema político. Pese a todo, el movimiento ha ido logrando un proceso creciente de consolidación y unidad política, de cercanía profunda a las organizaciones sociales de las que se originó, pero al mismo tiempo de autonomía organizativa. 5. Retos actuales Enfrentamos grandes retos para el futuro. No podemos contentarnos con ser solo una voz crítica. Es necesario plantearnos como alternativa cierta de poder y de gobierno y ello implica un salto en la capacidad de gestionar nuestro propio desarrollo y de brindar una alternativa para el conjunto del país. Atentan contra esta dirección no solo las condiciones desiguales e injustas de la competencia política y los intentos de cooptación y subordinación de los movimientos sociales, sino muchas de nuestras debilidades. En esta coyuntura sobre todo debemos consolidar nuestra acción política y social, e impedir que el movimiento caiga en prácticas sectarias y particularistas, evitar la instrumentación y funcionalización a los gobiernos de turno, combatir el oportunismo y el «populismo» interno, preservar una relación transparente entre dirigentes y bases de rendición de cuentas, cualificar nuestros dirigentes de base e intermedio, avanzar en nuestras formulaciones programáticas, invitar a todos los hombres y mujeres honestos a esta minga. En definitiva, mantener nuestra independencia y autonomía frente al actual estado de cosas. Mantenemos la búsqueda de alternativas programáticas para el país con el convencimiento del agotamiento del neoliberalismo y con el horizonte de impulsar un nuevo modelo de desarrollo basado en la potenciación de capacidades productivas propias, búsqueda de la equidad social, enfrentamiento a la pobreza, construcción de una democracia radical y de un estado plurinacional. Esa será la única garantía para convertirnos en un elemento clave de la construcción de un orden social realmente más justo.

La Reunión de la O.M.C. en Seattle Vista Como el Inicio del Nuevo Milenio

Por: Gerard Cossey

Puede resultar arbitrario poner tanto énfasis en el fin del segundo milenio, a partir del nacimiento de Cristo, cuando la humanidad ha estado sobre la Tierra por varios miles de años, sin embargo, arbitrario o no, puede ser útil aprovechar esta oportunidad para analizar el presente, buscar buenos augurios para el futuro, soñar en nuevas realidades. Hace pocas semanas en Seattle, EE.UU, en vísperas del nuevo milenio, la Organización Mundial de Comercio, O.M.C., tuvo su tercera Conferencia Ministerial desde que fue fundada en 1995. Sin duda, la última reunión internacional del siglo, en su tipo, con supuestas pretensiones de proyectar nuevas posibilidades para el bienestar de las mayorías en todo el planeta. Pero la reunión fracasó, y es inevitable preguntarnos sobre las conclusiones de este hecho y las implicaciones que tiene para el futuro. Para hacerlo, es importante tomar en cuenta el contexto en el que la O.M.C. realizó esta reunión, para comprender las intenciones de sus promotores y auspiciantes. En el momento actual, puede decirse que una de las fuerzas que más afectan a los pueblos en todo el mundo es el neoliberalismo. Como doctrina de mercados abiertos y sin ataduras, como apoteosis del dinero y del sistema capitalista, y como subyugación de las fuerzas naturales y sociales a las necesidades del comercio y el dinero, el neoliberalismo no es nada nuevo. Lo que hace diferente al liberalismo en estos tiempos que corren, comparado por ejemplo con la versión inglesa de las políticas económicas del «dejar hacer, dejar pasar» de fines del siglo pasado (que encontró, en ese tiempo, la frontal oposición de EE UU) es que, virtualmente toda la gente, todos los pueblos del mundo, serán afectados por él, de alguna manera. Y mientras la gente todavía va y viene en formas y ritmos relativamente tradicionales, el dinero de las inversiones va de un lado a otro del globo en cuestión de minutos buscando los más altos rendimientos, y saliendo rápidamente, con consecuencias devastadoras, cuando el panorama no luce tan seguro para sus intereses. A pesar de que el ritmo y ámbito de la globalización ha cambiado, se puede decir que el destino de los pueblos indígenas de América Latina ha estado atado a una forma de globalización desde los tiempos de la conquista europea. Literalmente atado, en muchos casos, a la producción controlada por los intereses del imperio español, y después de la «independencia», a los intereses de los terratenientes y a los procesos productivos del creciente capitalismo de entonces. Otros pueblos que no sufrieron las mismas situaciones que las de los indígenas serranos, tampoco se beneficiaron de su trabajo ni de los recursos extraídos de sus tierras para ser vendidos en los mercados del extranjero. El modelo es trágicamente familiar. Unos pocos ricos, que comercian con el mercado internacional. Muchos pobres, con cada vez menos recursos naturales y menores posibilidades para mejorar su calidad de vida. En los tiempos actuales de neoliberalismo, EE.UU. es el que domina y se beneficia; tanto su dinero como su poder militar tienen el papel de asegurar que los recursos naturales y financieros fluyan según el sistema lo requiera. Cuando no recurre a la intervención militar, EE.UU. utiliza tres herramientas principales: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio, a las que controla en diferente medida. Pero, ¿en qué se relacionan el neoliberalismo, la Organización Mundial de Comercio y la reunión de Seattle, con la realidad de los pueblos indígenas del Ecuador? ¿Qué implicaciones tienen estos aspectos en un movimiento indígena que claramente ha asumido un rol de oposición al modelo neoliberal? Con unas bases que demostraron una vez más, con el levantamiento de Julio, su tenacidad y capacidad de resistencia, el movimiento indígena ha pasado a ser un actor líder en el escenario político nacional. Lo que sólo ahora empieza a ser más evidente es que las nuevas posibilidades para los pueblos indígenas han surgido en un contexto en el que las aspiraciones y propuestas nacionales, de clase, o culturales, están condicionadas en mayor o menor medida por un neoliberalismo hegemónico en expansión. Después de 500 años, el movimiento indígena ha logrado un alto reconocimiento sobre la legitimidad de sus demandas, sin embargo, el viejo orden tiene ahora nuevas armas, que operan en un nivel supra-nacional con capacidad para controlar los procesos nacionales, y que son casi inaccesibles a las presiones nacionales. La mayor evidencia del ámbito y peso de estos nuevos instrumentos es el número de acuerdos existentes al interior de la Organización Mundial de Comercio, que se ha convertido en la principal agencia de promoción, consolidación y supervisión de las políticas económicas neoliberales. La O.M.C. es una institución multilateral que junto al Banco Mundial y el FMI, forma los pilares del sistema neoliberal. Encubiertos en una retórica social que incluye algún análisis sobre pobreza y desarrollo, sus objetivos, definidos en base a sus acciones pasadas, se basan en el ya desacreditado Consenso de Washington, es decir en: la apertura de mercados para los productos y el capital de los países industrializados del Norte, reducción de los controles en el Sur, flexibilidad laboral (o sea pérdida de derechos laborales), privatización de bienes estatales y una concomitante reducción del tamaño del estado. La O.M.C. negocia en secreto; sus acuerdos no están abiertos a las ONG’s ni a las organizaciones sociales, y no pueden ser bloqueados por falta de aprobación parlamentaria nacional. Una vez que un país ha pasado a formar parte de la O.M.C. son las reglas de ésta las que regulan al país y no pueden ser derogadas por foros nacionales, sea cual fuere la tendencia política del gobierno de turno. Los acuerdos comerciales contenidos en el mandato de la O.M.C. tratan de abarcar casi todos los aspectos de la vida para ponerlos en el marco de una economía globalizada, y aunque el predecesor de la O.M.C., el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT) concentró su preocupación en el comercio de bienes manufacturados y en aquello que afecte su comercio, en la O.M.C. esta definición es enormemente más amplia, pues ahora incluye aspectos que van desde la agricultura hasta las finanzas y otros servicios, e inclusive la propiedad intelectual. Esta institución se ha convertido, de alguna manera, en una suerte de gobierno mundial al cual no es posible pedirle que rinda cuentas, que no responde ante procesos nacionales, y que somete al libre comercio otros acuerdos internacionales, por ejemplo aquellos sobre derechos humanos y medio ambiente. En base a estos elementos es que debemos comprender el desenlace que tuvo la Reunión de Seattle, en la cual iba a ser lanzada una Ronda del Milenio para negociaciones sobre Comercio, que, como nunca antes, habrían incluido aspectos como el del libre flujo de inversiones, adquisiciones gubernamentales, productos forestales, comercio electrónico, normas laborales y ambientales, bio-tecnología, además de la conocida agenda de reducción de tarifas en todo, mayor acceso a mercados, etc. Durante los preparativos de la reunión se conoció que existían varias agendas que no eran compatibles, y que impedirían el establecimiento de una línea de negociaciones en el año 2000. El gobierno de EE.UU., en plena campaña para captar los votos de algunos trabajadores y de algunos ambientalistas en las elecciones presidenciales del próximo año, estuvo interesado en mostrarse a favor de que se incluyan aspectos laborales y ambientales. Por su parte, la Unión Europea quería asegurar que su sistema de subsidios agrícolas no sufriera grandes cambios, y, para disgusto de EE.UU., se opondría a la inclusión de la bio-tecnología y de las inversiones en las negociaciones comerciales. Otras naciones industrializadas se alinearon con una u otra de estas posiciones. Para los gobiernos de los países del tercer mundo hubo dos aspectos claves a discutir: 1. La falta de cumplimiento, por parte de los países industrializados, de los puntos que no les convenía de los acuerdos incluidos en la última ronda, la llamada Ronda de Uruguay, que condujo a la formación de la O.M.C., y, 2. La política de subsidios agrícolas de los países industrializados. Dos aspectos claves en los que tiene mucho que ver la doble moral de los países industrializados: en lo referente a los acuerdos de la Ronda Uruguay sobre textiles y agricultura, éstos no tuvieron ningún apoyo de los industrializados, tanto es así que parecieron usar todo medio a su alcance para no cumplirlos. En cuanto a los subsidios agrícolas, EE.UU., con un sector agrícola enormemente subsidiado, desató una guerra publicitaria contra la Unión Europea sobre subsidios. Por su parte, en el proceso previo a la reunión de Seattle, Argentina y Brasil amenazaron con abandonar la O.M.C. si no se atendían sus demandas de eliminación de los subsidios agrícolas en los países industrializados. En cuanto a los países andinos, su presencia no fue notoria, a no ser por la propuesta del Ecuador de formar un grupo de trabajo sobre Deuda Externa y Comercio. El elemento nuevo en la reunión de Seattle fue la oposición al sistema promovido por la O.M.C. por parte de organizaciones sociales de todo el mundo. Ya en septiembre se había realizado un día de acción contra la O.M.C. y la Ronda del Milenio, en países tan diferentes como Ghana, Malasia, Inglaterra y Uruguay. Una carta que demandaba detener la Ronda del Milenio y evaluar los impactos de la última ronda de conversaciones, fue firmada y difundida por más de 1.100 organizaciones sociales de 65 países, incluido el Ecuador. Pero la gran sorpresa fue la tenaz oposición mostrada en las manifestaciones públicas. Muchos de quienes miraron las imágenes de televisión, y escucharon por primera vez acerca de la O.M.C., deben haberse preguntado por qué esas protestas se daban contra una organización multilateral desconocida. Cuando la reunión empezó, después de un día de retraso a causa de las manifestaciones, la principal barrera que emergió para bloquear las negociaciones fue lo antidemocrático del proceso. Varios países quedaron fuera de las negociaciones reales, que se daban en pequeños grupos, que luego presentaban propuestas-borradores para ser comentados o aprobados. Fue muy común conocer de irregularidades, como el caso de delegados de pequeños países africanos a quienes no se les permitió el acceso a las llamadas «reuniones del salón verde»; o el hecho de que los ministros de medio ambiente europeos desconocieron las posiciones asumidas por los negociadores de sus países. Al finalizar el segundo día, los delegados de países africanos y latinoamericanos manifestaron que no firmarían nada si el proceso no mejora. Lo irónico de esto fue que la posición de los países latinoamericanos y africanos dentro de la reunión fue casi la misma de los manifestantes en las calles: la O.M.C. es una organización anti-democrática. Ningún delegado del Tercer Mundo habría admitido públicamente que las ONG’s tuvieron un efecto en el proceso de decisiones, pero evidentemente hubo una especie de sinergía con ellas. Lo mismo fue admitido por el jefe de la delegación de la Comisión Europea. El jueves (el segundo de los tres días) parecía que lo único importante era lograr un acuerdo sobre la base de que lo que es bueno económicamente para los europeos y para EE.UU. debe ser bueno para todos. Así, por ejemplo, EE.UU. apoyó con fuerza el acuerdo sobre reducción de tarifas para productos forestales, aun cuando con ello se provocarían mayores impactos en los bosques primarios de países del tercer mundo como Indonesia, que era exactamente lo que señalaba un informe encargado por el propio Representante de Comercio de EE.UU. Por su parte, los delegados europeos «se olvidaron» de su oposición oficial a la creación de un grupo de trabajo sobre bio-tecnología, dispuestos a hacer concesiones a los intereses de EE.UU. y por encima del interés de los ciudadanos europeos que han venido rechazando decididamente el ingreso de alimentos genéticamente modificados a su región. El grupo sobre bio-tecnología, propuesto por Canadá en favor de EE.UU., habría socavado cualquier posibilidad de concluir el acuerdo internacional sobre bio-seguridad, que busca controlar el comercio de ese tipo de alimentos, y en el que están empeñadas miles de organizaciones de los países signatarios del Convenio de Biodiversidad. Al cabo de tres días, la reunión terminó sin una resolución final que al menos disfrace los desacuerdos. No hubo la Ronda del Milenio ni la agenda para la revisión de los acuerdos sobre agricultura y servicios, previstos para este año. Aunque el Presidente de la O.M.C. expresó en sus declaraciones finales que la falta de acuerdo es cosa de todos los días, esto no deja de ser una mentira piadosa considerando la importancia de un evento como el de Seattle. Así que, mirando al futuro podemos decir que esta reunión marca el fin del milenio, o el principio de uno nuevo? ¿Marcó el principio del fin del neoliberalismo? Lo que sí parece cierto es que el neoliberalismo perdió su dirección, por el momento, o que disminuyó la velocidad de su implementación y se encuentra temporalmente en un «detente». Queda también claro que el balance de poder ha cambiado. Los países del tercer mundo no cedieron terreno, y esto tiene que ser visto como algo positivo aun cuando los delegados oficiales sólo muy rara vez representan el interés de la mayoría de sus ciudadanos. La naturaleza profundamente anti-democrática de la O.M.C. ha quedado flagrantemente en evidencia. En cuanto a los aspectos sociales y ambientales, fueron puestos en la agenda por presión de algunos sectores laborales y ambientalistas de EE.UU., con ciertos rasgos de proteccionismo, los unos, y de un imperialismo reciclado, los otros, como puede interpretarse el interés de grupos como Greenpeace que buscaban asegurar el derecho de EE.UU. de imponer, arbitrariamente y a su medida, normas de cuidado ambiental fuera de su territorio. En términos generales, es necesario anotar que por segunda vez en apenas un año han fracasado los intentos por formular una política global de comercio. En la primera instancia, el intento de aprobar el Acuerdo Multilateral de Inversiones al interior de la Organización para la Cooperación Económica y el Desarrollo, OCED, fue parado abruptamente gracias a la campaña de alerta desplegada por varias ONG’s sobre las nefastas implicaciones del Acuerdo para la soberanía de todos los países por el escandaloso fortalecimiento de las corporaciones transnacionales. Sin embargo, los neoliberales no se han ido, y derrotarles en dos batallas no significa que se les ha ganado la guerra. Además, si bien es cierto que el neoliberalismo conlleva las semillas de su decadencia, puede ser peligroso especular sobre el plazo en que eso ocurra, como los marxistas hicieron sobre el fin del capitalismo. Por ahora, la O.M.C. tratará de recuperar el espacio perdido y su imagen venida a menos, partiendo de una propuesta-borrador (sin aprobación en Seattle) como la base de futuras negociaciones. La manera cómo sucederá esto, no han aclarado todavía…. El lado bueno de todo esto es que en el futuro inmediato existe una oportunidad para influir en el curso de los eventos y, quizá, fortalecer el proceso de superación de un modelo que ha hecho tanto daño a tantos pueblos. Volviendo a los sueños de nuevas realidades, parece que para cuidar de ellas, el movimiento indígena debe asumir un rol en esta batalla «macro-económica», impulsando propuestas de resistencia a la globalización, conjuntamente con otros aspectos fundamentales de su agenda como son sus derechos territoriales, etc. En un mundo en el que organismos como la O.M.C. pretenden poner las reglas para todos, las aspiraciones de los pueblos indígenas de todo el mundo pueden verse comprometidos por la falta de participación en procesos y movimientos sociales lanzados para frenar a esas instituciones que promueven la injusticia y la destrucción ecológica y cultural. En tanto, mientras la oligarquía ecuatoriana sigue velando por su propio interés al costo de los demás, en el viejo estilo colonial más puro, el mayor desafío para los pueblos indígenas es cómo definir su futuro en un ámbito que no es solamente el ecuatoriano, sino el del nuevo colonialismo, el de los neoliberales y su doctrina del libre comercio ejemplificada por la O.M.C. En las cercanías del nuevo milenio, cualquier cosa que éste pueda ser, tal vez es momento de soñar en formas de vida equitativas que partan de respetar primero las necesidades locales y nacionales; que sujeten a la O.M.C., al modelo de exportaciones y al neoliberalismo, a los límites social y naturalmente determinados; que promuevan y respeten la diversidad cultural en vez de favorecer a pocos y homogenizarlo todo. Los milenios, como los sueños, son parte de la realidad humana, y si Seattle marca el comienzo de un nuevo milenio y de nuevas posibilidades, y señala el fin de lo viejo que hace daño, está en nuestras manos hacer que así sea.

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