Bienvenidos al "Instituto de Ciencias y Culturas Indígenas"
Equipo Editorial ICCI
«El resultado de la sustitución coherente de la verdad factual por mentiras no es que las mentiras sean ahora aceptadas como verdad, y la verdad sea difamada como mentira, sino que el sentido por el que nos orientamos en el mundo real, y la categoría de la verdad, desaparecen por completo.»
—Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo
“Normalmente, un cementerio no es una democracia, aunque, por otro lado, no hay nada más democrático que la muerte, así que todos los muertos tenían derecho a hablar y a decir si estaban a favor o en contra de permitir que el niño se quedara a vivir allí. Y aquella noche, por lo visto, todos estaban decididos a ejercer su derecho. La señorita Lupescu enseñaba a base de listas, y Nad no entendía qué utilidad podía tener eso.”
Neil Gaiman. “El libro del cementerio.”
En el ICCI, a veces nos desconciertan las formas en que el discurso hegemónico, que se presenta como la «verdad», adopta rasgos monstruosos. Al dialogar con las comunidades, enfrentamos una realidad distinta: un Ecuador arrastrado por necesidades básicas, entre apagones desorganizados que trastocan la vida familiar, el trabajo y la cotidianidad. Mientras tanto, los profesionales de la política, más expertos en prebendas que en el servicio público, nos dictan qué considerar importante, falseando la realidad de solidaridad, comunidad y trabajo colectivo.
Desde el ICCI, acompañamos procesos formativos con organizaciones cantonales y provinciales casi cada semana, lo que nos permite ver más allá de la desinformación de los medios y los sesgos políticos que tergiversan los problemas del país. Esa misma bruma nos oculta lo que ocurre en la región andina amazónica o en otros países como Argentina, Honduras o México, e incluso los intereses geopolíticos en las próximas elecciones estadounidenses.
Frente a este escenario, observamos cómo los políticos de turno mal hilvanan mentiras para generar miedo y controlarnos, como sugiere un graffiti frente a la Universidad Central del Ecuador: «Nos generan miedo para vendernos armas». El poder bananero nos impone temores a diario, hasta con los apagones que no se cumplen, creando esperanzas en barcazas mágicas que supuestamente nos librarán de las sombras. En este ambiente, se nos induce a odiar los derechos humanos y a aceptar las falsedades como realidad.
Colocamos aquí la frase de Hannah Arendt, que advierte sobre los peligros de la institucionalización de la mentira, pues cuando esto ocurre, se pierde la capacidad de distinguir entre lo real y lo falso. En la legislación penal ecuatoriana, aún persisten delitos contra la fe pública, y vemos cómo se vulnera de manera institucionalizada la confianza en las instituciones, en la palabra y en el Estado, que debería servir como garante de los derechos del pueblo soberano, intercultural y plurinacional. La falsedad institucional degrada esa fe y confianza tan necesarias para el tejido social.
Observamos cómo la manipulación de la verdad se ha convertido en una herramienta política para evadir responsabilidades, debilitando la credibilidad de los líderes, la democracia y la cohesión social. El miedo y la inseguridad, tanto real como percibida, debilitan la participación ciudadana y el tejido social.
También notamos un preocupante resurgimiento del racismo y la colonialidad persistente. La candidatura y participación del movimiento indígena sigue siendo objeto de burla y discriminación, perpetuada incluso por los máximos representantes del Estado. Las resistencias de estos movimientos, como las feministas y de derechos humanos en otros países del continente, son actos de osadía contra la invisibilización y el menosprecio.
En este boletín contamos con el aporte del tayta José María Cabascango, quien nos habla sobre el liderazgo comunitario desde la escucha y el compromiso colectivo; la refrescante entrevista a Paulina Quishpe, quien explica cómo los tejidos y colores en la joyería saragura resguardan la identidad de generaciones; y la vibrante voz de Hatari Ulcuango, quien reconoce su papel como puente entre las enseñanzas de las generaciones pasadas y sus contemporáneos.
Este boletín es un llamado a la acción y a la reflexión. Los movimientos sociales, especialmente el indígena, están re-flexionando, buscando restituir la confianza y construir nuevas formas de participación y justicia social. Nuestros pueblos, con su historia de resistencia, claman: ¡basta de mentiras! No cedamos al miedo ni a las falsedades de políticos que no sirven a lo público.
El Liderazgo desde los Pueblos Indígenas no es individual José María Cabascango
Entrevista a JOSÉ MARÍA CABASCANGO
Equipo Editorial del ICCI
JMC: Estoy radicado en Pijal, parte del pueblo Kayambi, parroquia González Suárez, cantón Otavalo, provincia de Imbabura.
EEI: ¿Cuáles son las cualidades más importantes que un joven líder indígena debe desarrollar en su comunidad, y cómo se pueden fomentar estas cualidades desde una edad temprana?
Desde la visión de los pueblos indígenas, el liderazgo tiene que ser comunitario, colectivo. Cuando estábamos en la CONAIE, ECUARUNARI, FICI, y ahora, desde la comunidad, el liderazgo no es personal ni individual. Las resoluciones, las decisiones que se van adoptando son colectivas; esperamos que exista un Consejo, una Asamblea para tomar las decisiones. El líder debe tener una visión orientadora, de aportar para la resolución colectiva. Se va construyendo un liderazgo comunitario, colectivo, con la participación de los compañeros y compañeras.
Desde mi experiencia, nos involucramos en la parte organizativa desde muy jóvenes, cuando se conformó la Chijallta FICI. Desde antes, con la reforma agraria en los años sesenta, aunque aún no existían la FICI ni la Ecuarunari, siendo jóvenes participábamos en actividades convocadas por organizaciones sindicales, campesinas, y partidos como el FADI y el Partido Socialista. Desde la juventud, siempre participábamos en los paros que convocaban los trabajadores; aunque no existían las organizaciones, la resistencia sí estaba presente.
Los liderazgos se van formando en el trabajo compartido, colectivo. Para ser un líder, no se necesita una formación académica; más bien, es la lucha diaria la que va dando las experiencias. Pienso que es así.
Lastimosamente, en estos últimos tiempos, no hay un trabajo específico hacia la formación de liderazgos. En los procesos de lucha, ha sido muy activo el rol de las compañeras, aunque también ha habido liderazgos históricos como los de Dolores Cacuango y Tránsito Amaguaña, con quien incluso tuvimos una relación más cercana, pues mi señora iba vendiendo cosas por su comunidad, y mama Tránsito la consideraba como hija.
EEI: ¿Cómo se fueron constituyendo a las organizaciones?
JMC: Así se iba constituyendo el liderazgo. En los años setenta, se conformó la ECUARUNARI en 1972 y la Chijallta FICI en 1974, cuando yo tenía 18 años. Participaba activamente en esas actividades. Las organizaciones se iban conformando.
En 1972, en Chimborazo, se resolvió formar los ecuarunaris provinciales a lo largo de la sierra. Primero se formó la Federación Provincial de Organizaciones Campesinas de Imbabura, pero luego se fue consolidando como organización de pueblos indígenas: Kayambi, Otavalo, Natabuela, Karanqui. Ese proceso formó muchos liderazgos de compañeros y compañeras.
EEI: En tu experiencia, ¿cómo se han ido formando los liderazgos?
JMC: Tengo hijos, hijas, nietos y nietas, aunque aún no bisnietos. No hablo de forma personal porque las cosas son colectivas, incluso pensando desde el plano de la familia en la comunidad. Mi hija Laura está en la dirigencia provincial; Pacha siempre en lo político; y mi hijo en el cooperativismo, más en lo técnico. La mayor está al margen, como fiscal. Igual los nietos, involucrados en la parte organizativa y musical. Este es un aspecto fundamental. Así, desde el ejemplo de mi familia.
He escuchado sobre la preocupación del tayta Lucho Macas, acerca de que es preocupante cómo muchos jóvenes, una buena parte de ellos, se han convertido en policías y militares. Hay que preguntarse, ¿qué formación reciben? También tengo familiares que son policías y militares, y se conversa. Esta es la realidad. Actualmente, los jóvenes, incluidos mis nietos, están más metidos en los temas de la tecnología, lo que hace perder la visión de la comunidad, de la identidad.
EEI: ¿Qué actividades se busca realizar de forma comunitaria?
JMC: De manera particular, se han hecho actividades. Por ejemplo, en el cooperativismo que se formó en la comunidad para levantar la organización, integrando a los jóvenes como futuros administradores. Se realizaban campamentos para niños, actividades deportivas, culturales y artísticas, como la Bienal con Jorge Cevallos. Allí sí participan y también distintas instituciones educativas que van involucrando a los jóvenes. Un taller de música que se realizó con mucho éxito. Estas actividades permiten interesar a los jóvenes en la comunidad y en la parte organizativa.
En Pijal, la comunidad más grande de Imbabura, con casi 5000 habitantes, en principio, los jóvenes no querían saber nada ni siquiera de la familia, menos aún de la organización. Frente a esta situación, muchos jóvenes se han involucrado en la delincuencia, algunos en drogas, otros presos o incluso, algunos que se han suicidado. Si una familia está mal, también lo está la comunidad. A pesar de la violencia que hay en el país, con las actividades y la participación de otros jóvenes, se puede generar un cambio, aunque algunos ingresen a ese mundo de la delincuencia. A quienes buscamos involucrar en la parte organizativa, en la parte social, seremos los próximos en liderar la comunidad. Pero un buen grupo de jóvenes está al margen de la comunidad, de la organización.
EEI: ¿A qué problemas se enfrenta la formación a las y los jóvenes de las comunidades?
JMC: Ahora, en el pensum de estudios, dicen que van a incluir contenidos y valores importantes, como los temas de cívica, educación vial, financiera, que con el apoyo de la comunidad son fundamentales.
En la CONAIE, en 1988, en un Congreso en Cañar, durante el gobierno de Borja, se instituyó la EIB y muchos compañeros se integraron. Hasta ahora subsiste, pero no hay avances. En la escuela de la comunidad, no hay un docente que sea bilingüe, solo el rótulo. Es una situación bastante complicada. Incluso siendo compañeros de la misma comunidad, no están capacitados para impartir conocimientos que valoren lo que es la comunidad. Pocos hablamos kichwa.
La juventud que no se involucra es un gran problema. En las reuniones de la CHIJALLTA FICI, nos reunimos, por ejemplo, mañana nos veremos exdirigentes. Pero, mientras tanto, quizás causado por la modernidad, la gente dejó de cultivar la tierra. Más migran a la ciudad en busca de trabajo. Incluso los que son profesionales, no hay emprendimientos que se realicen en la misma comunidad. Desde la cooperativa trabajamos mucho en que el dinero no salga de la comunidad, pero se aleja, y los viejos resistimos trabajando la tierra, produciendo leche, aunque solo cuesta 35 centavos y no genera dinero. Pero, como la cultura la tenemos asentada, yo mismo, compartiendo mi experiencia, no necesito casi nada del mercado. Pero la mayoría ya se convierte en personas que dependen de sus trabajos en la ciudad. También está el tema de trabajar en las flores, pero no se comen, se venden, dan recursos, pero se va perdiendo poco a poco la tradición.
En los ochenta y noventa luchamos por la recuperación de la tierra. Cuando fuimos dirigentes, se recuperaron muchas tierras, igual que la legalización de los territorios en la Amazonía. Pero ahora los jóvenes no están interesados en la agricultura ni en la ganadería. Esta preocupación, junto con la pérdida de la lengua, refleja la pérdida de costumbres que han estado enraizadas desde hace mucho tiempo.
EEI: ¿Podrías compartir ejemplos específicos de cómo has utilizado la sabiduría ancestral o las prácticas culturales en tu liderazgo, y cómo crees que los jóvenes pueden integrar estas prácticas en sus propias trayectorias de liderazgo?
JMC: En los levantamientos, incluidos los de 2019 y 2022, ha habido mucha participación de los jóvenes. Pero, desde las estructuras organizativas, debe haber un hilo conductor en la formación. La misma CONAIE parece que tiene una escuela de formación, porque los jóvenes serán quienes sostendrán la organización. Esos cuadros, también en lo electoral, deben ser quienes preserven la organización y el proyecto. Porque, más bien, muchos se han alejado. Los líderes deben fortalecer la organización desde esos espacios y en la coyuntura política electoral también. El rol de la juventud es fundamental, con el apoyo y orientación de los mayores, para avanzar en la construcción del Estado plurinacional. He dicho que la lucha del movimiento indígena también está amparada en la Constitución, en otras leyes secundarias, y en el principio básico de cómo construir el Estado plurinacional. Pero no debemos esperar que el prefecto o el alcalde venga a dar una obra. El proyecto es construir una sociedad distinta en todos los ámbitos: económico, social, político. ¿Qué visión tenemos para esa construcción?
El análisis que hacíamos sobre cómo PK está presente en la palestra política, pero ¿qué propuesta vamos a presentar al país? En la actualidad, ¿cómo vamos a avanzar? En este contexto, la participación de jóvenes, considerando tantos que tienen una formación académica, es importante porque hay que consolidar el proyecto de formación del Estado plurinacional.
EEI: ¿Cómo está el proceso del Pueblo Kayambi?
JMC: Históricamente, somos parte del pueblo Kayambi. Lastimosamente, nos dividieron con el límite entre las provincias de Imbabura y Pichincha, pero seguimos siendo del pueblo Kayambi, aunque quedamos en la otra provincia. Participamos activamente en la Chijallta FICI. Siendo dirigentes fundadores, siempre estamos participando
Se hizo un trabajo importante para recuperar el trabajo del movimiento indígena, aunque últimamente las cosas han estado un poco divididas. A nivel de la misma FICI, cuando yo fui presidente de la comunidad, no había otra persona que nos sucediera. La Asamblea estaba dispuesta a reelecciones. Un sector de la comunidad quería que continuara, y otro proponía una alternancia. Esto fue de conocimiento público en la comunidad, y decidí dar un paso al costado. Eso era fortalecer la organización, y hasta ahora seguimos trabajando.
En cuanto al pueblo Kayambi, también han habido divisiones en la organización. Por ejemplo, en 2009 y 2010, en la misma CONAIE, hubo un fuerte conflicto por la presencia de un presidente afín a Rafael Correa. Lamentablemente, la CONAIE quedó dividida. Ahora en 2022, como FICI, no estamos de acuerdo con la conducción de la CONAIE por lo que pasó en el levantamiento. Consideramos que faltó liderazgo. Luego, la CONAIE dijo que el paro terminó con 10 puntos, y le decíamos al presidente: “los 10 puntos se consiguieron”. Estuvimos en Quito. La Chijallta FICI estuvo en Quito en los 18 días de paro. Lo preocupante es que muchos jóvenes participaron en el levantamiento, incluso se lesionaron. Por esa razón, le dijimos a la CONAIE que faltó conducción. Hay documentos públicos sobre esto, no es nuevo lo que estamos diciendo. En la coyuntura política-electoral, el debate y las diferencias internas son parte de lo que debemos resolver.
EEI: ¿Por qué ahora se habla de economía propia?
JMC: En la comunidad se están organizando emprendimientos. Aparte del cooperativismo, se está tratando de hacer emprendimientos. Y eso significa trabajar para que el dinero no salga de la comunidad. Hay muchas iniciativas para organizar desde la ganadería. En las asambleas se propone que el dinero no salga de la comunidad. Queremos que se haga una feria para comprar y vender productos de la comunidad en la misma comunidad. Aunque no se está vendiendo todo el año, se tiene que proyectar y planificar para mejorar. Mientras la visión de fortalecer el cooperativismo no sea una política pública, es una realidad muy difícil. Si no logramos que los jóvenes se queden en la comunidad, será difícil avanzar. Antes había alrededor de mil socios, pero ahora solo quedan unos trescientos. La economía es uno de los aspectos fundamentales para fortalecer la comunidad.
Por otro lado, desde la Asamblea, hemos conformado un comité de jóvenes para que se involucren en el cooperativismo, pero con mayor énfasis en la economía. La asamblea fue importante para que la comunidad siga adelante, pero ahora algunos socios mayores no han permitido la participación de los jóvenes. El cambio generacional no se está dando. Nos resistimos a seguir adelante sin el involucramiento de los jóvenes, lo que preocupa y complica la situación.
Finaliza la entrevista que dejan muchos hilos para seguir entretejiendo diálogos desde la presencia constante de los ejes del proyecto político de la CONAIE, siendo el Tayta José María uno de quienes elaboraron, en 1994, la construcción de este importante documento declarativo y que continua siendo una luz para la construcción de un Ecuador Plurinacional e Intercultural.
Entrevista a Rosa Paulina Quishpe*
Equipo ICCI
Desde mi niñez he trabajado en las artesanías, gracias a mi madre que me enseñó a elaborar los tejidos que llamamos nosotros tendidos, que son parte de nuestra vestimenta como pueblo Saraguro. Nosotros, a partir de nuestra niñez hemos aprendido a tejer estos collares que son de fiesta, y tenemos también el collar arcoiris, que siempre este energéticamente y cosmológicamente, nos habían manifestado nuestros padres y abuelos, que usar éste, nos cargaba de energía porque el arcoiris estaba enlazado con la Pachamama. Entonces estos collares, estos colores son los que han mantenido nuestra reseña histórica como pueblo Saraguro y yo como Saragura, al poderlos portar, los he llevado y los llevo actualmente en mi vestimenta siempre. Yo he visto a mis padres, a mis abuelos y toda la gente de la comunidad en donde yo vivo siempre portando los collares. Actualmente, por la migración se están perdiendo muchas cosas de nuestra vestimenta del pueblo Saraguro debido a que, la moda, el mismo hecho de la migración, que va y viene con otras costumbres, ha ido influyendo a que los jóvenes, vayamos perdiendo la cultura.
Con mis hijos, en mi casa siempre he tratado de que la ropa no se pierda, yo he perdido una gran parte del idioma, no lo manejo tan bien pero, lo estoy tratando de recuperar, ya que es una parte esencial que debemos mantener, por ello pido a todos los jóvenes que podamos seguir aprendiendo, porque esa es nuestra identificación como pueblo Saraguro.
El tejido que realizamos, en parte se va relacionando con la naturaleza, con las actividades que hacemos, con lo que nos gusta e incluso hay cosas que las creamos con tanto cariño, para mostrar que esto es Saraguro y poderlo compartir con las personas que quieran hacer uso de nuestra artesanía, todo es hecho a mano. Las creaciones que tenemos son netamente creaciones propias, no son copias y no hemos tenido ningún tipo de manuales para poder hacer esto, es un arte que se viene transmitiendo de generación en generación, así como mis abuelos transmitieron a mis padres y ahora nosotros que hemos inclinado nuestra vida por este arte estamos al frente y lo hemos hecho parte de nuestra vestimenta, y mantenemos nuestro trabajo y algunas personas solo lo hacen para uso personal, en cambio yo como persona del pueblo Saraguro he trabajado en esto con la finalidad de difundir este conocimiento al pueblo y poder diversificar y ayudar a dar conocer al mundo nuestro arte.
La migración afectó, y se han producido cambios en nuestra vestimenta, ya sea porque en otros países existe otro tipo de material, más brillosos, hemos ido dejando de lado nuestro propio color mate, por ello como que vamos viendo algo moderno, algo que resalte más en nuestro cuerpo, que muestre la diferencia entre nosotros, dejando un poco de lado lo tradicional.
Actualmente, por el rescate cultural que estábamos llevando dentro de algunas comunidades, se está incluyendo a jóvenes y niños para que aprendan a valorar lo que tenemos y lo que teníamos antes y de ser necesario combinarlo, porque es sabido que la juventud es moderna, a los jóvenes les gusta verse diferente y más moderno, entonces desde ese punto de vista es recomendable que se combine lo actual y la parte más tradicional, para que los jóvenes y niños valoren nuestra cultura y que eso sea la clave para poder sobresalir como pueblos, porque eso es lo que nos identifica y desde el corazón debemos llevarlo. Porque en realidad esa es la parte esencial como pueblo Saraguro para poder identificarme en todo el mundo.
Son los turistas externos quienes más valoran nuestra artesanía, a veces más que nosotros. Incluso ellos nos dicen: no pues, hay que mantenerlo, si se pierde eso se pierde como personas y como pueblos y nacionalidades. La acogida por parte de la gente de fuera es fantástica, además porque el trabajo es manual, y nos recomiendan mantenerla, pues si se pierde este arte, este tesoro, también se pierde el valor como personas, como pueblos y nacionalidades a nivel del país y a nivel local.
Yo vivo de la artesanía, realizo este trabajo como un emprendimiento familiar y tenemos nuestro ingreso, trabajamos entre nosotros, como familia y nos ha sustentado, para la educación a nuestros hijos, para tener una estabilidad económica dentro del pueblo, es algo que podemos exportar. Entonces es una fuente de ingresos, donde hay que ser perseverantes, este es un trabajo de mucha paciencia. Y, entonces si es posible que con el trabajo que hacemos que tiene mucho valor podemos hasta exportar. Para mí es un orgullo tener que ser indígena, kichwa y pertenecer a un pueblo, que nos diferenciamos todo el mundo y nos identificamos como pueblo que pertenece a Ecuador y poder sobresalir a nivel nacional y mundial.
Este arte y la cultura ha sido para mí prácticamente mi vida, lo llevo en la sangre y nunca dejaría de ser del pueblo Saraguro, tampoco dejaría de vestirme como una mujer kichwa del pueblo Saraguro. Cuando vendo un collar, siempre les digo que esto tiene mucho valor para nosotros, esto es facilito, pero no, yo digo que lleva la identidad de un pueblo, yo siempre digo a mis hijos y los amigos de mis hijos: no pues, esto tiene mucho valor y que no es algo que se puede botar por ahí, no es solo un recuerdo, quiero que quien lo lleve sea consciente de que ese collar o ese arete que está comprando tiene un valor cultural, que tiene una gran parte de la identidad que tiene este pueblo Saraguro, que no sea únicamente un recuerdo de la visita; que si lo llevan lo hagan con la conciencia de esa gran identidad saragura y que lo porten siempre con el cuidado, siendo conscientes de que ese collar o ese arete tiene un gran valor cultural y es parte de la identidad cultural que tiene este pueblo como Saraguros que somos y poderlo portar siempre.
Mi mensaje final es que valoremos las culturas, tanto de Saraguro, como Otavalo, o el pueblo Cañari y en general los pueblos y nacionalidades tiene un valor muy especial, entonces lo tenemos que respetar y si queremos llevarlo, pues lo llevemos con mucho respeto.
*Elaborado a partir de la entrevista en: https://www.youtube.com/watch?v=EsGsSFMekWA&t=473s
Lo que (no) pudieron negarnos Hatari Ulcuango
Autores colectivos* y Hatari Ulcuango
“Cuando mis padres, vendieron la única vaca que nos servía para mantener la casa tomé la decisión de venir a Quito. Aquí me esperaba mi cuñado. Llegué el domingo y el lunes ya estaba trabajando en la construcción. Para el viernes, me habían pagado mi primera semana: con esa plata compré un jean, una camisa, un saco y una lata de sardina. Lo que me pagaron en construcción no se comparaba con los centavos que me pagaban en la cooperativa agrícola. Trabajé ahí casi tres años, hasta juntar la plata para meterme a la conscripción.”
“Cuando era niña, papá regresaba cada 15 días a la casa, cansado, golpeado y sin dinero. Por eso, mi hermano mayor me daba plata para los útiles de la escuela. Un año ya no volvió. Tomé el primer 24 de junio, el de las 4 de la mañana. Llegué a Cayambe a las 6, pero no tenía plata para el bus hasta Quito. Busqué una cabina y pedí a la dueña que me prestara una llamada. Le llamé a la Aurora. Ella me vino a ver hasta Cayambe y regresamos juntas hasta el Ejido. Luego, me llevó a una casa donde necesitaban empleada. Me preguntaron si sabía cocinar y limpiar, y me dijeron que el trabajo era puertas adentro. Dormía en la lavandería, encima de un cartón, junto al perro. En las noches, extrañaba a mis hermanos y pensaba que, al final, una termina durmiendo en el cuchicorral[1] mismo.”
La idea de salir a la ciudad para trabajar y vivir mejor no es más que una breve idealización para escapar de la leche, el troje o las flores. Nadie “estuvo más cerca de la verdad” que aquel profesor, al que no le gustaba el olor de los wawas y les hacía quitarse el sombrero para entrar al aula, cuando decía: “¿Para qué les enseñan a escribir a estos longos, si lo que deberían aprender es a trabajar?”. Tenía razón, porque hace siglos, nos botaron al páramo y nos obligaron a trabajar sobre raya[2] a cambio de un pedazo de tierra y algo de trago. Hace siglos, nos negaron la educación, el trabajo digno y la vida misma. Hace siglos, nos robaron los sueños. Hace siglos —y hasta hace apenas unas décadas— todavía se vendía en promoción al indio junto con las haciendas.
No hace falta dar nombre ni autoría, ni a este escrito ni al injusto resumen de la vida de los compañeros que tuvieron la generosidad de compartir sus historias. No hace falta, porque esas historias se repiten en la mayoría de los hijos de los pueblos que resistieron la llegada de los hijos del sol, y luego, la de aquellos que venían en nombre de una cruz. Con la lucha, las escuelas
clandestinas, en los soberados y detrás de paredes falsas en las casas de los comuneros —que hoy seguramente serían llamados terroristas o antipatrias, se transformaron en escuelas formales, con libros y profesores. Ahora podemos educarnos. Ahora podemos votar. Ahora podemos recibir un sueldo. De verdad, ¿podemos?
La falsa idealización de la meritocracia, de la libre competencia, de la existencia de igualdad de condiciones y de cosechar los frutos del esfuerzo, ignora que, al igual que en la agricultura, no importa qué tan buena sea la semilla si el terreno donde se siembra no tiene agua: la semilla no crecerá. En la vida cotidiana, no importa que una niña indígena nacida en el sector rural dedique la misma cantidad de horas y esfuerzo a estudiar que una niña blanco-mestiza nacida en la ciudad; si su comunidad no tiene agua potable ni alcantarillado, si su vivienda carece de una infraestructura digna y servicios básicos, si para llegar a su escuela tiene que caminar dos horas y, al regresar a casa, debe cuidar a sus hermanos pequeños y luego ir a la leche[1] hasta que sus padres vuelvan de trabajar en las flores[2], será mucho más difícil que la primera niña consiga un trabajo adecuado[3].
Por “excelencia”, los wawas kayambis, cuando cumplen 10 años, ya saben ir a la leche y, al menos, deshierbar. A los 15 años, se enfrentan a la decisión de trabajar para apoyar a la economía familiar o terminar el colegio, más por orgullo que por convicción. De forma absurda, a los 18 años, con bachillerato o sin él, ya solo les queda la primera opción: dedicarse a la agricultura, a las vacas o a las flores. Otros pueden ingresar al ejército y pronto tendrán que disparar a su propio pueblo o migrar a la capital para trabajar, claro, como peones o empleadas domésticas, sin seguridad social, por más horas y con menos sueldo. Ahora, para quienes pueden pedir al chulquero la módica cantidad de 3, 5 u 8 mil dólares —dependiendo de las condiciones climáticas, la regulación migratoria, la ruta y el punto de encuentro—, el Estado les ofrece la increíble oportunidad de cruzar el Darién y, sorpresa, dedicarse a lo mismo, pero con nombres gringos: roofing, hostess o waitress. Al final, deben decidir si prefieren ganar en dólares estadounidenses y renunciar a su ciudadanía, o ganar en dólares ecuatorianos y, al menos en papel, tener derechos.
Pero miremos más de cerca la realidad laboral que enfrentamos en el país. Solo 4 de cada 100 indígenas tienen un empleo adecuado (Andrade, 2024)[4]. Esta brutal desigualdad contrasta con
estadísticas que revelan que el sector agrícola, que emplea a 3 de cada 10 ecuatorianos, es el segundo más grande del país, justo después del sector servicios[1]. A pesar de su tamaño, este sector sigue perpetuando la precariedad laboral para quienes lo sostienen, subsidiando a las ciudades y siendo el primero en sufrir los recortes por austeridad.
Además, se nos invita a «celebrar los grandes esfuerzos» de los últimos gobiernos, que presumen haber reducido la tasa de desempleo al 3%. Aunque, al principio, parezca contradictorio que en el sector rural solo 2 de cada 10 personas sigan sin empleo, mientras en el urbano 5 de cada 10 estén desempleadas, y que, curiosamente, donde “más trabajo hay” sea donde menos desarrollo económico se percibe, las cifras empiezan a revelarnos una verdad más compleja.
Es en esos lugares donde el empleo es más abundante que también es más precario: solo el 17% de los trabajadores rurales tienen un empleo adecuado, en contraste con el 44% en las ciudades. Las estadísticas, tan aplaudidas por aquellos antiguos empresarios bananeros, ahora dueños del sector eléctrico y alimenticio, y en sus tiempos libres “gobernantes”, esconden la realidad de un campo donde el mercado laboral exige manos que no puedan reclamar condiciones dignas. Por eso, en las zonas rurales hay menos «ninis»[2], pero también menos derechos y menos desarollo[3].
A todo esto, debemos sumarle el “brillante consejo de un ilustre edil”: Indios, vuelvan al páramo. Pero, como es costumbre entre nuestros iluminados lumpen burgueses, ahora quieren que salgamos de nuestros páramos porque encontraron oro. El mismo oro dorado que brilló en la Pinta, la Niña y la Santa María, cuando los conquistadores regresaron cargados de piedras, mientras nos dejaban ladrones y violadores. El mismo oro negro que relució en los ríos amazónicos cuando los gringos se llevaron barriles de petróleo, y nos dejaron enfermedades y muerte. Y el mismo oro gris que hoy resplandece en nuestras montañas, mientras las multinacionales excavan en busca de cobre y cobalto, dejándonos tierras estériles y veneno en nuestras aguas.
Lejos de ser simples quejas acomplejadas o lamentos estériles; estas letras buscan sembrar en usted, querido lector, la tan necesaria conciencia social. Porque incluso nuestros «excelentísimos padres de la patria», los asambleístas que ganan 5 mil dólares mensuales están más cerca del campesino que vive con 400 dólares al mes que del banquero cuyas palmeras valen lo mismo que un sedán.
La transición de una sociedad antropocéntrica, capitalista y extractivista a una ecocéntrica, comunitaria y ecológica es una lucha larga, pero ineludible. Mientras el rostro de la pobreza siga siendo una niña indígena que vive en el sector rural (Mideros, 2022)[1], toda forma de lucha es necesaria, toda militancia construye y toda resistencia teje un andar digno.
No podemos esperar que el cambio venga de aquellos que se benefician de este sistema injusto, de quienes nos han negado derechos y despojado de nuestros territorios, de los que duplicaron sus fortunas mientras la gente moría en las calles, de los que reparten a su familia contratos millonarios mientras nos dejan en la oscuridad. Somos nosotros, los olvidados, los trabajadores, los campesinos, los estudiantes, los pueblos en resistencia, quienes debemos alzar la voz, organizarnos y luchar por la dignidad que (no) pudieron negarnos. Y jamás podrán hacerlo. Con la mente en los altos páramos, el corazón a la izquierda y las manos manchadas de lucha, seguiremos aquí, resistiendo por lo que nos pertenece.
* Las palabras no son de quien las escribe sino de la memoria colectiva de los pueblos en resistencia.
[1] Forma coloquial para denominar el trabajo de ordeño.
[2] Forma coloquial para denominar el trabajo florícola.
[3] 5 Según el INEC, trabajo adecuado es aquel en el que los ingresos laborales son iguales o superiores al salario mínimo, y en el que se trabaja 40 horas a la semana o más.
[1] Mideros, A. Desempleo, pobreza y acuerdos económicos. https://www.youtube.com/watch?v=hAUB2A4iWRQ
[1] Fuente: INEC, julio 2024.
[2] Ninis: personas que ni trabajan ni estudian.
[3] Fuente: INEC, julio 2024
[4] Andrade, M. Empleo adecuado autoidentificación.
[1] Corral de cerdos, las personas duermen en el corral para cuidar a los chanchos de los ladrones.
[2] Práctica colonial para registrar el trabajo diario de un indígena campesino.