Boletín No 141

ICCI

Editorial

La cumbre de Cancún, oro por espejitos


El 29 de noviembre del 2010 se inauguró en Cancún – México la sexta sesión de la Conferencia de las Partes del Protocolo de Kyoto (CMP6) que busca dar soluciones y alternativas a la crisis del cambio climático.

Representantes de diversas comunidades al rededor del mundo se reunieron en un marco oficial para exponer ideas, alternativas y analizar, una vez más, la situación climática en el planeta.

A diferencia de la cumbre de los Pueblos y Naciones de Abya-Yala realizada en el mes de abril de 2010 en Cochabamba Bolivia, la cumbre de Cancún contó con la “carta de aval” de la institucionalidad, el consentimiento de la “comunidad internacional”. Esto hace que el contexto, las resoluciones, los acuerdos y las posibles esperanzas nos lleven a un terrible pesimismo.

El modelo económico de explotación planteado por el Capitalismo hace que no resulte prioritario generar un cuidado de nuestra Madre Tierra. Nosotros, que caminamos sobre las huellas de nuestros Apukkuna, que sentimos en nuestro oído el gemido de las selvas, de los ríos. Nosotros, que sentimos en nuestros rostros las lágrimas del viento, el dolor de las nubes somos los llamados a ser vigilantes, críticos y atentos.

La cortina de humo que nos plantea el Capitalismo hace que dividamos los ejes de estrategia, que desgastemos energías en luchas que nos distraen y nos debilitan. Luchamos contra hologramas, contra los fasmas del poder, pero el sistema sigue intacto. Resulta una risotada hiriente en el alma de nuestros abuelos el juego planteado desde Kyoto, luego desde Copenhague. Los movimientos sociales sedientos, hambrientos, disueltos, cansados, luchando contra una veintena de gobernantes que se empeñan en sostener un modelo económico basado en la lógica de la explotación, de la enajenación.

Es una burla que resuena como un tambor de guerra el buscar una “alternativa” sin cambiar el modelo económico que ha llevado al ser humano a una desconexión con su universo interno, que se sostiene solo en la medida de su relación con su universo externo. Todo se dispone ante el Capital, pero la Tierra no está en venta…

Esa es la tarea de todos aquellos quienes no hemos perdido la certeza de los ciclos de la luna, de los ciclos de la tierra, del cuidado de las semillas. No dividimos nuestras luchas, las integramos y las volvemos complementarias, recíprocas y comunitarias. No funcionamos como individuos productivos, funcionamos como comunidades.

Es por eso que las organizaciones que sostuvieron las movilizaciones con altruismo y con convicción abren una brecha enorme, para los que aún no hemos perdido el horizonte, para los que aún creemos en construir el camino.

Los resultados oficiales de la COP 16 fueron desastrosos y peores los de Copenhague, sobre todo en lo que tiene que ver con las decisiones que se tomaron, y en el discurso dominante y promovido por los actores principales del Capitalismo Verde, que se sustentan en la negociación y acuerdos con lo que es innegociable e intransable. No hubo ninguna resolución para enfrentar realmente el cambio climático, incluso se debilitaron las que existían, pero se aumentó el apoyo a falsas «soluciones» y mecanismos de mercado que crearán más gases de efecto invernadero y más especulación.

Se construyó todo un circo de negociaciones que hizo mofa del único estado consecuente, Bolivia. Se deslegitimaron las propuestas resultantes de la cumbre paralela de Cochabamba, lo que además provocó una ruptura en el proyecto del ALBA, en tanto que Japón, Australia, Estados Unidos y otros países –todos grandes contaminadores– dejaron claro que no firmarán ningún compromiso vinculante tampoco en el futuro. Estados Unidos declaró que Cancún fue un éxito para sus intereses.

Oro por espejitos. En Cancún, se negociaron con la benevolencia absoluta de las Naciones Unidas propuestas “alternativas” que “recogen” necesidades de los pueblos y naciones indígenas. Se contó con la venia de la institucionalidad y la impotencia de los movimientos sociales opositores a la cumbre para avalar nuevos mecanismos de mercado, como la captura y almacenamiento de carbono en formaciones geológicas (CCS, por sus siglas en inglés) que tiene enormes impactos, y los programas REDD, que fue aprobado en sus versiones más extremas, para permitir la privatización de facto de los bosques y arrasar con las comunidades, eliminando de la discusión toda «salvaguarda» sobre derechos indígenas o biodiversidad. Tratan de convencernos de que ésta es la única y mejor opción para dar “grandes pasos” hacia la salvación climática.

En medio, de la bruma, de la oscuridad obnubilante creada por los intereses de acumulación de los grandes poderes y gestores del Capital. Entre la espesa niebla que nos cala de frío los huesos, una linterna de esperanza danza como una sutil luciérnaga en el ombligo del terror. Los de abajo, las raíces, las manos de la tierra que buscan enlazarse, no han perdido su horizonte. El movimiento telúrico se sigue gestando en las profundidades del vientre de la Tierra y el Sumak Kawsay brilla como la única estrella presente en el firmamento.


Consejo Editorial:
Luis Macas
Patricio del Salto
Ricardo Ulcuango
Alicia Vacacela
Fernando Sarango
Blanca Chancosa
Floresmilo Simbaña
Edición Electrónica: Marc Becker

Los servicios ambientales: El mercado de carbono


Acción Ecológica

El agua, las montañas, los páramos, el aire, la tierra, las plantas, los árboles han estado siempre en los territorios y bajo el cuidado de los pueblos y nacionalidades indígenas y campesinas. Nuestros abuelos y nuestras abuelas las han protegido y respetado desde hace miles de años. Gracias a ellos entendemos que la Pachamama está viva que nos otorga regalos que hay que cuidar.

Ahora nuestra Pachamama está en peligro, sus regalos son considerados por algunos sectores como mercancías que tienen un precio y se pueden vender. El mercado llama a las ofrendas de la naturaleza “servicios” que se pueden comprar y vender. Para esto se necesita que alguien se apropie de ellas a través de diferentes mecanismos que les conceden derechos de uso, negociación y comercialización en el mercado nacional e internacional. Así, se quita a los pueblos indígenas sus legítimos derechos de uso, manejo y control del territorio.

A través de leyes o decretos, el agua, la fotosíntesis de los árboles, la polinización, la fertilidad del suelo, el conocimiento ancestral sobre plantas, la belleza paisajística, la cultura, la identidad espiritualidad de los pueblos en servicio ambiental.

Estas funciones de la naturaleza, convertidas en servicios ambientales, se pretende colocarlas en el mercado nacional o internacional para que personas, empresas, estados pasen a controlar su uso y lucrar por ello. En el caso de pueblos indígenas se estaría cediendo derechos de uso y manejo del territorio a un tercero (ONG, Estado o cualquier persona) a través de contratos, proyectos o programas que ofrecen generalmente una cantidad de dinero.

La venta de servicios ambientales permite que otros decidan sobre nuestros territorios, a través de planes de manejo que limitan las actividades tradicionales como por ejemplo: el pastoreo, el riego, la siembras, caza, pesca, el libre tránsito, la utilización de los árboles para cualquier fin doméstico o comercial, el mantenimiento de la cultura y la identidad. Estos contratos además de despojar a los pueblos de sus derechos, tienen castigos económicos, judiciales y penales en caso de incumplimiento de los mismos.

Desde esta perspectiva, se consideran servicios ambientales beneficios que nos brinda la naturaleza que pueden ser ecológicos, sociales, culturales, espirituales o económicos, y que son indispensables para el buen vivir o sumak-kawsay. Estos son producto de los ciclos vitales, estructura, funciones y procesos evolutivos de la naturaleza o Pachamama, y no deben ser susceptibles de apropiación por actores privados.

Quienes impulsan el mercado de servicios ambientales incluyen entre lo que quieren comercializar lo siguiente:

– Formación y conservación de suelos;

– Flujo, fijación y reciclaje de nutriente;

– Reducción de sedimentos y erosión;

– Reducción de riesgos de deslaves e inundaciones;

– Conservación de cuencas hidrográficas y mantenimiento de las fuentes de agua;

– Conservación de la biodiversidad y provisión de belleza paisajística;

– Control biológico de plagas y enfermedades;

– Polinización; Regulación de la dinámica de poblaciones;

– Purificación, filtración y desintoxicación del aire, agua y suelo;

– Regulación de gases con efecto invernadero.

Esto implica no solamente la venta de la naturaleza a través de sus servicios ecológicos, sino la inclusión como servicio ambiental de lo social, la cultura y lo espiritual cuyos portadores son los pueblos indígenas y tal como lo dice la propuesta de ley todos estos elementos son indispensables para la vida. Es decir se está otorgando al Estado la potestad de decidir sobre aspectos fundamentales de la vida misma.

En el caso de Ecuador, el proyecto de Ley de Seguridad Pública del Estado incluye acápites concernientes al control de las áreas consideradas estratégicas que según la Constitución Política del Estado son la biodiversidad, el patrimonio genético, el agua, recursos naturales no renovables (petróleo y minería), transporte de hidrocarburos, entre otros. Adicionalmente, las Fuerzas Armadas podrán intervenir a solicitud del Ministerio del Ambiente, para precautelar Áreas Naturales Protegidas en los sitios lejanos de los centros urbanos y, en especial, aquellas que constituyen el hábitat de las comunidades y pueblos no contactados.

El mercado de carbono

Uno de los servicios ambientales más promocionados es la compra y venta de la capacidad de los océanos, los bosques o los páramos de absorber CO2. Es lo que se conoce como mercado de carbono.

El carbono es un elemento que está en todos los seres vivos y en toda la naturaleza. Cuando respiramos los animales, y los seres humanos, liberamos carbono a la atmósfera en forma de CO2. La mayoría de las plantas, durante la noche, expulsan CO2, mientras que durante el día, a través de la fotosíntesis absorbe CO2 y lo convierten en materia vegetal. Existen otros gases con efecto invernadero como el metano, el oxido nitroso y otros, pero el principal responsable del cambio climático es el CO2.

Por eso es importante conservar los océanos, los bosques y los páramos, y otros ecosistemas frágiles, porque regulan los ciclos del carbono y el clima. Así ha funcionado el ciclo del carbono durante millones de años, de manera equilibrada. Pero esto cambió desde hace más o menos 150 años con la revolución industrial y el inicio del uso del petróleo como combustible de forma intensiva.

El carbono está presente en la biosfera de manera natural y es clave para la vida sobre la tierra. Pero existe también carbono atrapado en el subsuelo y que está en forma de hidrocarburos fósiles y que ha estado allí por millones de años. Cuando se extrae el gas, petróleo o carbón y se los quema, el carbono contenido en ellos se libera en forma de CO2. Esto hace que aumente la cantidad de CO2 cuyo excedente en la atmósfera no puede ser absorbido por la vegetación o los océanos, produciéndose el calentamiento global.

Para evitar la obligación de reducir estas emisiones, dejando de consumir tantos hidrocarburos fósiles, fue inventado el mercado de carbono. Estados Unidos fue el mentalizador y así poder trasladar las responsabilidades del cambio climático a otros.

El mercado de carbono se basa en la premisa de que los dos tipos de carbono, el que está en la biosfera como el que está en el subsuelo son lo mismo, cuando no es así. También parte de que el CO2 que sale de la quema de combustibles fósiles puede ser “compensado” en otro lugar distinto al que fue emitido. Cuando en realidad es una carga de carbono adicional.

En la práctica, quienes promueven el mercado de carbono están patrocinando la privatización de la atmósfera puesto que se crea el mercado de bonos de captación de CO2. Esto significa que quienes quieren seguir contaminando en el Norte, pueden negociar la capacidad de los océanos, los bosques o los páramos de absorber CO2; en este caso, proveniente del carbono extra que ellos extraen, queman y consumen. En los mercados de carbono se compran y venden permisos para contaminar mediante los llamados «créditos de carbono», o permisos de emisiones.

Es un nuevo mercado monopólico que concentra en pocas manos la riqueza económica que genera, que concentra en las manos de los ricos, quienes son los que más contaminan y han causado el cambio climático, las tierras, los océanos, los bosques, y los territorios de los pueblos indígenas; al mismo tiempo está distribuyendo injustamente los impactos del cambio climático, pues son los pueblos del Sur los más vulnerables a los desastres provocados por el cambio climático.

El mercado de emisiones es una forma de trasladar las responsabilidades y los impactos al Sur del mundo, creando nuevas amenazas para los pueblos, cuyos territorios serán ocupados por plantaciones forestales para supuestamente captar CO2, cuyos bosques serán entregados a empresas privadas para conservar (y vender) el carbono allí almacenado a través de REDD, sus tierras agrícolas serán destinadas a los cultivos para producir agrocombustibles, sus ríos serán represados para construir hidroeléctricas, las áreas protegidas serán privatizadas, sufrirán desplazamientos y expropiación.

Argumentos para oponerse al mercado de carbono

– Estos mecanismos se basan en principios capitalistas principales causantes del cambio climático

– El mercado de carbono ignora el tema fundamental que es la dependencia de combustibles fósiles; quienes se oponen al mercado de carbono debieran también oponerse a la expansión de la frontera petrolera puesto que el uno no puede existir sin el otro

– Beneficia a los contaminadores pues les permite seguir quemando combustibles fósiles

– Desconoce la injusticia climática pues en el Norte se sigue con la acumulación de riqueza y bienestar, mientras que en el Sur se aumenta la vulnerabilidad al ejecutarse proyectos que pueden violar los derechos de los pueblos, además de los impactos directos del cambio climático

– No reconoce la existencia de una deuda ecológica, histórica y presente, por las emisiones abusivas e ilegitimas que han contaminado el planeta ni y aquella generada por los impactos generados por el cambio climático, y también la nueva deuda que se está acumulando por los impactos de los proyectos enmarcados en el mercado de carbono

– Lo que se está pagando ahora es por una absorción especulativa futura mientras que las emisiones ya se realizaron; es un mercado especulativo y caprichoso y sujeto fácilmente a fraudes económicos y financieros

– Es una forma de comprar y vender servicios ambientales, entre los que se considera al ciclo natural del carbono, captación de CO2 por parte de bosques, océanos, regulación natural del clima y otras funciones naturales, lo que significaría una alienación de muchos derechos sobre las tierras y territorios de sus legítimos propietarios; además es una forma de parcelar la atmósfera, convierte el ciclo del carbono en una mercancía y lo entrega a manos privadas, al igual que con el aire, el viento, la tierra, los bosques, el agua;

– Privatiza las responsabilidades ante el clima, la conservación

– Empeorará el cambio climático en lugar de detenerlo pues las emisiones no dejarán de aumentar

– El mercado voluntario es aún más peligroso

– Escapa de todo control estatal y social efectivo

– Asume que los cambios se darán por acciones individuales y no a través de políticas, decisiones y cambios estructurales pues para enfrentar el cambio climático no se trata solamente de una elección de consumidores, sino de acciones ante la desigualdad, injusticia y explotación

– Utiliza publicidad engañosa para los consumidores

– Al creer que se está compensando su estilo de vida, se tiende a continuar con un modelo de vida insustentable

En resumen,

  • El mercado de Carbono se caracteriza por ser colonial, desigual, injusto, monopólico y promover el robo de los recursos de otros.

  • Es colonial porque promueve un nuevo proceso de colonización de territorios y espacios ajenos.

  • Es desigual porque el Sur posee recursos y el Norte los consume y depreda.

  • Es injusto porque se traslada al Sur los impactos sociales y ambientales, mientras que en el Norte se concentra la riqueza financiera y el bienestar.

Es monopólico porque busca aplicar las leyes de propiedad, individual y corporativa, sobre las tierras, el conocimiento y la biodiversidad, por ejemplo a través de la biotecnología.

Para realizar acciones de mercado existen tres mecanismos conocidos, de los cuales los Mecanismos de Desarrollo Limpio se ejecutan en países del Sur. Entre ellos se financian por ejemplo la construcción de hidroeléctricas, plantaciones forestales y otros. Recientemente se está avanzando en otros mecanismos conocidos como proyectos REDD que son para planes de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación de Bosques. Naciones Unidas, a través del PNUD tiene su propio programa REDD.


Consejo Editorial:
Luis Macas
Patricio del Salto
Ricardo Ulcuango
Alicia Vacacela
Fernando Sarango
Blanca Chancosa
Floresmilo Simbaña
Edición Electrónica: Marc Becker

El síndrome de Cancún


Silvia Ribeiro

Las negociaciones de Naciones Unidas sobre cambio climático en Cancún en diciembre 2010 (COP 16) significaron un parteaguas en muchos sentidos, todos negativos. No así las movilizaciones populares frente a esta cumbre, de organizaciones como Vía Campesina y otras de base, que no han perdido el sentido de la realidad, de lo que es absurdo y de lo que necesitamos hacer. Cada vez, la brecha es mayor.

Los resultados oficiales de la COP 16 fueron peores que el año anterior en Copenhague, en dos aspectos fundamentales: en las decisiones que se tomaron, y en el discurso dominante, difundido por medios acríticos, gobiernos y grandes ONG ambientalistas, que tratan de convencernos que «al menos se han avanzado unos pasos», sin nombrar que son hacia el abismo. No hubo ninguna resolución para enfrentar realmente el cambio climático, incluso se debilitaron las que existían, pero se aumentó el apoyo a falsas «soluciones» y mecanismos de mercado que crearán más gases de efecto invernadero y más especulación.

A diferencia de Copenhague, donde quedó claro el fracaso y el intento de «golpe» de los países más contaminantes para imponer su voluntad y librarse de toda responsabilidad, en Cancún se impuso –aumentado– el fallido texto de Copenhague, ahora con la colaboración de casi todos los gobiernos del mundo, con la sola excepción de Bolivia, el único país que se mantuvo firme en los principios y demandas para enfrentar realmente la crisis climática.

Esta cumbre significó también un quiebre del ALBA, ya que Claudia Salerno, la delegada de Venezuela –acompañada parcialmente por otros países del bloque– se prestó a negociar activamente fuera de las agendas expresadas oficialmente y fuera de los canales multilaterales. Ante la justa protesta de Bolivia de que no se había discutido democráticamente los temas y no había consenso, Salerno sugirió «simpáticamente» a la manipuladora presidenta mexicana de la COP, «que tomara nota» de la discrepancia de Bolivia, en lugar de exigir que hubieran negociaciones reales, abiertas y transparentes.

Esta sumisa posición de Venezuela contrasta fuertemente con el discurso conjunto de Hugo Chávez y Evo Morales en Copenhague, donde afirmaron que el capitalismo está en la raíz de la crisis climática, que no permitirían imposiciones de Estados Unidos y otros países del Norte, que necesitamos ir a las causas reales de la crisis climática por la gravedad que ésta significa para los pueblos y el planeta. Allí contaron con el apoyo de los pueblos del mundo. En Cancún, por lo contrario, Venezuela fue una pieza clave para aprobar lo que Hugo Chávez rechazó el año anterior.

Si el caso de Venezuela es extremo, también fue «curioso» que otros países del Sur, como los agrupados en el bloque G-77, participaran del fraude. En ambos casos declararon que lo importante era «salvar» el ámbito de negociaciones –en crisis por las diferencias de perspectiva entre víctimas y victimarios. Por ello aceptaron la promesa vaga de «un proceso» de discusión a futuro, pese a que lo que se aprobó en el mismo acto, es contrario a lo que el bloque estuvo peleando por años (exigían compromisos vinculantes de reducción, responsabilidad común pero diferenciada entre el Norte y el Sur, reconocer la responsabilidad histórica de los que causaron la crisis climática, cuestionamiento de la propiedad intelectual en tecnología y otros puntos). Por su lado, Japón, Australia, Estados Unidos y otros países –todos grandes contaminadores– dejaron claro que no firmarán ningún compromiso vinculante tampoco en el futuro. Estados Unidos declaró que Cancún fue un éxito para sus intereses.

Para lo que sí se rescató el ámbito de Naciones Unidas fue para tomar decisiones en algunos puntos. Por ejemplo, para avalar nuevos mecanismos de mercado, como la captura y almacenamiento de carbono en formaciones geológicas (CCS, por sus siglas en inglés) que tiene enormes impactos, y los programas REDD, que fue aprobado en sus versiones más extremas, para permitir la privatización de facto de los bosques y arrasar con las comunidades, eliminando de la discusión toda «salvaguarda» sobre derechos indígenas o biodiversidad. Las ONG ambientalistas e indígenas que afirmaron defender este mecanismo de mercado para proteger los bosques, funcionaron, en la interpretación más benigna, como peones útiles a las empresas y especuladores. George Soros, inversionista y especulador financiero, festejó la aprobación de REDD como un bienvenido estímulo a ese mercado.

Este síndrome de Cancún que contagió a las víctimas (parafraseando al síndrome de Estocolmo, donde los rehenes se enamoran de los secuestradores) está enmarcado en que varios de los países del Sur han «crecido» sobre el mismo modelo petrolero y de explotación de recursos que llevó a la crisis climática y son ahora grandes contaminadores, por lo que sus gobiernos tampoco quieren compromisos reales de reducción. Muchos confluyen también con los gobiernos del Norte y trasnacionales en el empuje a un nuevo «capitalismo verde» –basado en mercantilizar la naturaleza y sus funciones, poniendo precio a todo y valor a nada– para «aprovechar» que la biodiversidad y bosques que se pueden poner a la venta a través de programas como REDD y otros, están sobre todo en el Sur.

En el polo opuesto, Vía Campesina, la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales y otras organizaciones de abajo denunciaron estas maniobras y las causas reales de la crisis climática, además de mostrar un arcoiris de realidades y propuestas que son verdaderas soluciones. El panorama es sombrío, pero los movimientos de abajo no se pierden.


Consejo Editorial:
Luis Macas
Patricio del Salto
Ricardo Ulcuango
Alicia Vacacela
Fernando Sarango
Blanca Chancosa
Floresmilo Simbaña
Edición Electrónica: Marc Becker

Leave a reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *