Boletín No 130

ICCI

Editorial

Resistencia milenaria frente a los estados coloniales en el siglo XXI


La instauración de las repúblicas en América Latina traen consigo todos los rezagos de las estructuras coloniales, no solo en las concepción y sus políticas, que se ocultan tras la maquinaria institucional moderna, sino que es el establecimiento de la estructura política e ideológica de poder (del Rey) unipersonal y con todas sus deformaciones. Se trata de la implantación grotesca de toda una lógica. La lógica eclesial, de cruzadas, conquistas y codicia: fundamentos del sistema y de la lógica occidental. Esta lógica y este esquema de pensamiento se imponen, sobre una visión cósmica y holística. Visión milenaria que se manifiesta aún en vigencia, la misma que se constituye desde los principios de la convivencia de la comunidad humana y ésta con la Naturaleza.

Estas mismas estructuras y estos sistemas lo suficientemente arcaicos, se trasladan en herencia a las aristocracias criollas de generación en generación. Pero este imperfecto legado, aún es una extraña deformidad y embrionaria, en nuestros territorios ancestrales y bondadosas que en la práctica, resultan ser instrumentos perversos de avasallamiento contra la generosidad de quienes practicamos la convivencia humana y la armonía con la Madre Naturaleza.

En efecto, se trata del Estado, una construcción desde la óptica eurocéntrica y la lógica occidental que detenta los poderes absolutos, cuyo objetivo es imponerse a las civilizaciones originarias y a su institucionalidad milenarias, para así arrebatar los bienes materiales, culturales, históricos y engendrar la miseria desde su visión del desarrollo en este hemisferio. Esta subordinación institucional y el saqueo desesperado recaen drásticamente no solo a los pueblos originarios, sino a toda una sociedad de este continente, espacio territorial y geopolítico denominado desde nuestros orígenes como el continente de Abya Yala.

Precisamente, esta complejidad institucional se implementa, como el marco de acción y administración de las actuales aristocracias y élites que responderán a una lógica y los intereses ya establecidos históricamente. Este sistema con directrices prediseñados vive un proceso acelerado de decadencia, es decir que, atraviesa una crisis secuencial y estructural profunda. Desde las condiciones de colonialidad y desde la codicia, sin embargo, se improvisa la gobernabilidad, en las que perviven los retrasos y los rezagos coloniales. Ante los anuncios y discursos de evolución (o revolución) aún son compatibles con las vivencias históricas y milenarias de procesos sociales actuales. Tanto la institucionalidad, o el aparataje estatal, como los gobernantes o las aristocracias, entumecidos por los dogmatismos, continúan siendo genéticamente herederos de los invasores, sanguinarios y genocidas de siempre.

Los Estados “Latinoamericanos” se han caracterizado como instrumentos eficientes y de perfeccionamiento del proceso colonial y de exterminio en la región, a partir de la constitución en una entidad de justificación del desenfrenado reparto de los territorios de este continente, para constituirse en la estructura jurídico-político en función de asegurar la vigencia del esquema occidental y colonial, que sufre de la patología congénita: es un Estado uninacional, hegemónico, racista, excluyente, capitalista y colonial. En definitiva el Estado es la institucionalización del poder unipersonal de sometimiento a la sociedad.

Por lo tanto, los gobernantes cuyas funciones son, las de dirigir el Estado, administrar la cosa pública, representar a toda ciudadanía, se rige y debe cumplir fielmente el espíritu de un sistema adquirido. Lo hacen obviamente desde este epicentro lógica, el eurocentrismo, desde los referentes occidentales. Es decir, desde una posición ideológica distante a la realidad histórica, cultural e identitaria de nuestros pueblos. Pues, para ser gobernante se debe cumplir con el requisito de despojarse de la pertenencia histórica y asumir una posición monárquica, unipersonal y ajena a los procesos sociales, para esforzarse a adoptar una identidad de sometimiento a referentes y paradigmas que ya han provocado la crisis global. La tradición de los gobernantes criollo, es revestirse de un poder absoluto, que para ello propician el fortalecimiento del aparato estatal de acuerdo a sus intereses o situaciones circunstanciales en función de someter a la sociedad.

El día mundial del medio ambiente, 5 de junio del 2009, en Bagua, en el Departamento de Amazonas, Perú, se evidenció una vez más, la verdadera esencia y los fines de un Estado implantado sobre la base y cimientos coloniales, así como, la concepción, el esquema mental absolutamente colonial del gobernante de esta región henchido de rabia y codicia.

Toda la faz de la tierra se ha convertido en testigo presencial de lo acontecido en la localidad de Bagua, Amazonía del Perú, acciones criminales y los niveles de violencia contra los hermanos indígenas que luchan por la vida, la Madre Naturaleza y la vida de todos los seres humanos. Son las acciones del Estado cuyo diseño responde a lógicas e intereses sellados y santificados desde un sistema establecido a sangre y fuego. Son hechos de barbarie, que reviven el genocidio en nuestros territorios, o las sangrientas cruzadas de antiguos reinados del viejo continente, que creíamos que la historia ya lo había sepultado. Es más, a esta tenebrosa creación humana (el Estado), institución que legitima la injusticia y los crímenes, se suma, la perversa mentalidad racista del gobierno peruano, característico en nuestra región frente a los Pueblos Indígenas, son monstruos conciencias teñidas de sangre del sacrificio nuestros pueblos.

Como dijera Fray David Martínez de Aguirre Guinea, OP. Misión de Kerigueti. Perú “¿Acaso no son hombres? La barbarie, la sed de riquezas desenfrenada, el racismo y la prepotencia de aquellos conquistadores de antaño no difieren mucho delo que estamos presenciando en la actualidad en la Amazonía peruana. Han cambiado los rostros y las vestimentas, pero persisten las mentalidades y los métodos.” Testimonio presencial desde una visión universal y de compromiso con la vida.

Este conflicto no es del día 5 de junio (Día Mundial del Medio Ambiente) o días posteriores, estos conflictos son históricos y cotidianos para los pueblos indígenas, ante el racismo y la codicia de quienes se apropian para sí el “poder”, convirtiéndonos en escoria, o que significamos el atraso, el “subdesarrollo”, que ellos mismos lo han importado hasta nuestras tierras. Desde la mente soberbia del gobernante del Perú, y, a través de los medios que lo secundan, gritaba con voz rabiosa a los hermanos de región Andina y la Amazonía peruana calificándoles de “perro de hortelano”. Este “gobernante” habla desde su propia condición, muerto de codicia y el desprecio al otro.

¿Cual es la culpa, de los Saranahua, Amahuaca, Ashiáninka, Matsiguenga, Yaminahua, Achuar y decenas de otros Pueblos, de estar asentados desde miles de años en estos territorios y defender a la Madre Naturaleza? Desde la presencia del aparataje político jurídico estatal y justifica su hegemonía absoluta, los pueblos indígenas parecemos extraños y mendigos en nuestros propios territorios milenarios.

Lo que se hace, en el Perú y en toda la región es defender, con la sangre y con la vida la soberanía y la dignidad de todos los pueblos. Nuestros antepasados nos han legado las luchas de resistencia y no permitiremos la subasta de nuestros bienes naturales a través de los mezquinos contratos, tratados y negociados con las transnacionales y el sometimiento a recetas de las multilaterales o los grandes imperios como el ALCA, TLC con los Estados Unidos, Unión Europea, u otros. Luchamos contra ese desarrollo perverso basado en la extracción de los bienes (recursos) naturales, que significa no solo la depredación ambiental, sino el presente y futuro de la humanidad y la vida del planeta.


Consejo Editorial:
Luis Macas
Patricio del Salto
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Edición Electrónica: Marc Becker

Bolivia: los movimientos sociales protagonizan el proceso de cambio


Jesús González Pazos
Miembro de Mugarik Gabe

Analizar la realidad social y política de Bolivia utilizando los tradicionales parámetros de los sistemas políticos occidentales, las llamadas democracias representativas, provoca reales e interesadas confusiones, cuando no evidentes manipulaciones sobre esa realidad. El objetivo de este tipo de análisis es generar desconfianza y descrédito hacia los nuevos planteamientos de transformación social y política que se están operando en ese país. Evidentemente, esta pretensión coincide plenamente con aquellas que también orientan las mismas intencionalidades hacia otros cambios y transformaciones que se van articulando en diferentes países del continente americano, ubicándose todo ello en la extensión a asunción general de que no hay alternativas viables al actual sistema neoliberal. La denominación peyorativa de populismos y autoritarismos es el común denominador.

Sin embargo, algo que tiende a ocultarse hasta su práctica invisibilización, es el hecho de que la totalidad de los nuevos procesos de cambio han llegado a los distintos gobiernos a través de elecciones democráticas, ya hablemos de Venezuela, Ecuador o Bolivia. Esta tergiversación de la realidad alcanza tal punto que algunos presidentes actuales son presentados ante la opinión pública occidental como cuasi-dictadores cuando, por el contrario, han ganado reiteradamente en la última década todas aquellas elecciones que se han dado en sus países y nunca han sido acusados por ninguna instancia internacional de manipular las mismas, como si lo fueron muchos otros de sus predecesores con auto adjudicado label democrático. Incluso se han sometido a referéndum revocatorio en la mitad de sus mandatos, figura que no está contemplada en ninguna democracia occidental y que supone un elemento más de control del gobierno por parte de la ciudadanía.

Un claro ejemplo de esto es el presidente de Bolivia Evo Morales. Cuando se celebraron las elecciones presidenciales del 18 de diciembre de 2005, este dirigente sindical obtuvo la mayoría absoluta, con más del 53% del voto. Es necesario recordar que en las últimas décadas ninguna presidencia del país gobernó con ese nivel de respaldo popular y, en la mayoría de los casos, ni tan siquiera habían alcanzado el 25% del electorado. La fuerte presión y sabotaje continuo al proceso de cambio que se abrió en la fecha mencionada, llevó a Morales a optar por someterse, en agosto de 2008, a un referéndum revocatorio; lo ganó con más del 67%. El pasado mes de diciembre se celebraron nuevamente elecciones generales y el triunfo ahora se logró con el 64% del electorado. Es decir, pese a la permanente y radical oposición de los partidos políticos tradicionales, aquellos que históricamente se han ido repartiendo el poder político y económico de Bolivia en las últimas décadas, no solo no se ha producido desgaste del gobierno, sino que éste ha ganado respaldo social de forma abrumadora. Y hay que recordar que esa oposición no ha dudado en utilizar todas las vías antidemocráticas a su alcance, desde el sabotaje productivo hasta el intento de golpe de estado. La vieja clase política y económica, paladín en el discurso de la democracia, nunca ha aceptado su derrota democrática y, con la aquiescencia de gran parte de la clase política occidental, no ha dudado en las formas para romper un proceso de transformaciones que amenaza directamente su viejo poder oligárquico.

Pero el elemento central de esta situación no está en la fortaleza del sistema de partidos políticos o en el asentamiento de una conciencia de democracia representativa entre la población. Por el contrario, los verdaderos artífices de este proceso no son otros sino las clases populares y los pueblos indígenas (más del 63% de la población) que en los últimos años han reivindicado su derecho a participar y decidir en el devenir del estado con nuevos planteamientos sociales, políticos, económicos y culturales. Por eso, los movimientos y organizaciones sociales e indígenas se han convertido en sujetos políticos e impulsores del proceso de cambio. El propio Movimiento al Socialismo (MAS), donde se ubica el presidente, como estructura organizativa no es un partido político tradicional, sino que se define como instrumento político de los movimientos sociales y fueron éstos quienes definieron su necesaria constitución como herramienta para llegar al poder y hoy definen los pasos en el proceso de transformación.

Las raíces de esta situación se hunden en procesos de mayor calado incluso hasta los tiempos coloniales. Pero, hay en las últimas décadas, diferentes hitos en los cuales se ha ido constituyendo la fuerza de estos movimientos como sujetos autónomos y determinantes en la vida de Bolivia. La Marcha por el Territorio y la Dignidad de 1990 supone la aparición en escena de los pueblos indígenas amazónicos y la lucha por su reconocimiento y defensa de sus derechos como tales. Sucesivas grandes marchas se fueron dando desde entonces y en las mismas surgió ya la necesidad de la refundación del estado a través de una Asamblea Constituyente. En el año 2000, en la ciudad de Cochabamba, se da la llamada “Guerra del Agua” que, protagonizada por sectores urbanos y campesinos, supone la primera gran victoria popular contra la privatización del agua y la exigencia de su reconocimiento como bien público y, por consiguiente, contra los procesos privatizadores característicos del sistema neoliberal. El 2003 es el año que marcará el proceso consiguiente, con levantamientos contra la subida indiscriminada de impuestos y la conocida como “Guerra del Gas” que opone la fuerza organizada de los movimientos sociales a los últimos intentos de venta al extranjero del gas, una de las últimas riquezas naturales que le restaba a un país históricamente expoliado. A partir de ese momento, estos movimientos son ya protagonistas insoslayables del proceso y serán ellos quienes definan los siguientes pasos hasta llegar a las elecciones de 2005. Pero el proceso de cambio hacia una nueva etapa no concluye con la llegada al gobierno; como sostiene ya entonces el nuevo presidente, se había alcanzado el gobierno, pero no se tenía el poder. Éste último residía todavía en gran medida en las clases altas, auténticas detentadoras del poder económico y, por lo tanto, quienes podían subvertir y condicionar el demandado proceso de transformaciones sociales, económicas y políticas.

Serán nuevamente los movimientos sociales urbanos, mujeres, campesinos e indígenas quienes, primero sostengan el proceso de cambio y, en paralelo, lo impulsen a fin de ir dando los pasos imprescindibles: nacionalizaciones en diferentes sectores económicos, mejora de las condiciones de vida a través de sectores como la salud, la educación, etc. y la articulación de la Asamblea Constituyente para la definición de una nueva Constitución Política del Estado que suponga su reinvención a fin de responder a las necesidades reales de la mayoría de la población y no solo de aquellos sectores privilegiados históricamente. Esa nueva constitución ha reconocido a Bolivia como estado plurinacional y ahora, como resultado de las elecciones, se formará la primera Asamblea Plurinacional, con representación de los pueblos indígenas y en sustitución de las viejas cámaras de diputados y senadores.

La última victoria electoral ha supuesto el incontestable triunfo de este proceso impulsado por los movimientos sociales urbanos, de mujeres, campesinos e indígenas y ahora ya no solo se ha llegado al gobierno, sino que se tiene el poder necesario para articular las transformaciones oportunas que mejoren las condiciones de vida de las mujeres, hombres y los pueblos que constituyen Bolivia. La demandada construcción de un nuevo país donde todos los derechos sean reconocidos y ejercidos por todos y todas es más factible y aunque las presiones y condicionantes, internos y externos, continuarán presentes, la fortaleza y claridad demostrada por los movimientos sociales es una garantía para recorrer ese camino.


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La posible victoria de la derecha en Chile El fantasma de Pinochet puede volver sin jamás haber partido*


Bruno Lima Rocha*

El domingo día 13 de diciembre Chile vivió el primer turno de sus elecciones generales. La segunda vuelta será el día 17 de enero y hasta allá, para sorpresa de muchos, podremos ver una parte de la derecha pinochetista volviendo al poder. El candidato de ese sector (Coalición por el Cambio), Sebastián Piñera, de la Renovación Nacional, RN, aliada del ex-partido pro-Pinochet, Unión Democrática Independiente (UDI), alcanza al 44,05% con quince puntos más que el candidato oficial, el demócrata-cristiano y ex-presidente Eduardo Frei (PDC-PPD, 29,60%). El Partido Socialista (PS) divide los votos de la alianza de dos décadas entre su propio partido y el PDC (Concertación), y lanza un candidato propio. Los números hablan por sí solos. Marco Enríquez-Ominami (hijo del dirigente de MIR histórico, Miguel Enríquez), candidato socialista, tuvo el 20,13% de los votos y dividió al electorado gubernista. La identificación por la izquierda sale aún más fragmentada, pues el Partido Comunista (PC) lanzó un ex-ministro de Salvador Allende, Jorge Arrate, recibiendo 6,21% de los votos.

De su parte la presidente Michelle Bachelet traspasa los 80% de aprobación, pero no consigue siquiera lanzar la candidatura unificada de la alianza de gobierno. Habrá quien diga que existe una asociación directa entre la identificación ideológica y opción de voto. Afirmo que la premisa es falsa, y este caso chileno lo ejemplifica. La médica Bachelet termina el mandato rivalizando con Lula en popularidad. A la vez, la suma de los votos de su candidato oficial y lo de su partido, juntos, pasarían en sólo cinco puntos los números de Piñera. Otro analista podría contra argumentar, diciendo que un Ejecutivo popular tiende a despegarse de su partido o base aliada. El hecho es verdadero, pero no acostumbra ocurrir en sociedades polarizadas como la chilena. Otro factor para la alta votación de la Coalición por el Cambio (UDI-RN, base pinochetista) podría ser el desgaste de un grupo en el poder después de casi dos décadas. El argumento es igualmente válido, pero no explica la no asociación entre voto y nociones generales de ideas-guía (la ideología en formato difuso).

Una real posibilidad del alto índice de votación de Piñera se debe a la fragmentación del electorado, sumados al escepticismo y voto útil. El voto fragmentado transcurre al presentarse el PS con una candidatura propia, concursando por votos similares o próximos a Eduardo Frei (PDC) por la situación. A la vez, el mensaje era directo. La Concertación tenía sus días contados, hasta porque, sin la leyenda de Allende, la alianza no se realiza. Así, delante de un nuevo escenario, los electores reforzaron algunas identidades en particular, hasta porque en Chile el voto es distrital (herencia de la Constitución de 1980), lo que aumenta el localismo y el voto por pautas locales.

La estructura de Estado de Pinochet permanece. Por eso la derecha ve el camino libre hacia el frente

La dura verdad es que el escepticismo del chileno medio se da también por el mantenimiento de las estructuras de poder de Pinochet. Todos los gobiernos después de 1990 mantuvieron un alto nivel represivo con los movimientos sociales, con foco especial en la izquierda social y en el Movimiento Mapuche (indígena). Las políticas económicas fueron igualmente conservadoras (neoliberales) sin aumentar el nivel de empleo formal y menos aún el poder de compra de los salarios. La contra cara es un alto índice de paro y poca oferta de aumento del empleo formal. Con el terreno preparado, la herencia política del dictador ya puede reencarnarse.

Hay que agregar una noción general de penetración de categorías de mercado como el lenguaje y la aspiración del trabajador mediano en Chile. Esta información, o mejor, este análisis conceptual de información, me lo pasó el amigo venezolano, el profesor Samuel Scarpato que en el segundo semestre de 2009 pasó cursando su doctorado en la Universidad de Concepción, en el sur de Chile. Asociar nociones de progreso con valores individualistas y la auto-ayuda gerencial es una clave para interpretar votación amplia en sectores que vienen de Pinochet.

Particularmente, desde 1996 tengo contacto semanal con militantes chilenos y los relatos de represión y a veces de muerte, además de prisión arbitraria, criminalización de las marchas y actos, son abundantes. Esto sin hablar en un ambiente político lleno de espionaje e infiltración estatal. He ahí la base para un sentido de permanencia de la sociedad vigilada. La propia corporación de los Carabineros es el ejemplo más bien acabado, materializando el concepto de que los pilares de la dictadura continúan. El cuerpo policial militarizado, que siguió operando en los años de la Concertación siguiendo la disciplina prusiana, mantuvo la vocación de colonialismo interno y represión social del periodo Pinochet. El caldo de cultura colonial se manifiesta en el enfrentamiento con luchas ancestrales como la del pueblo Mapuche, colocando al Estado como vigilante de las parcelas más organizadas del pueblo chileno. Con este tipo de representación de valores, estaba pavimentado el camino para un posible retorno de los herederos políticos de Pinochet.

El elector medio chileno de pensamiento democrático o con tendencias de centro-izquierda tuvo como opción, a partir de 1990 una alianza entre adversarios históricos (PS y PDC), unidos en el proceso de apertura y transición de la dictadura. El momento en que esa alianza no pudo expresarse más en conjunto fue justo cuando un candidato de la derecha tenía (y tiene) más oportunidades de ganar. La tan elogiada “opción chilena”, niña de los ojos de los neoliberales de la América Latina, permaneció casi intocada en los casi veinte años de gobiernos recientes. Con el terreno económico preparado, la cultura política autoritaria preservada (no está intacta, pero se mantiene y cuenta con adeptos en la “izquierda”) está dada la atmósfera propicia para poner una pala de cal en la alianza entre demo-cristianos y “socialistas”, recibiendo la democracia liberal-representativa de brazos abiertos una alianza derechista, con un partido pro-Pinochet y otro bastante próximo al del genocida.

Para aquellos que apuestan en la vía electoral, aún es pronto para lanzar la toalla. Hay una probabilidad de Frei de ganar. Pero, las oportunidades de que exista un cambio substantivo en la relación del Estado con los movimientos populares, izquierda social y pueblos originarios, son mínimas. Con o sin Chicago Boy remodelados (Piñera y su campo), continuará habiendo represión social en el país de Víctor Jara. Es gracias a esta permanencia de las bases políticas, económicas, políticas y sociales de Pinochet, que en las calles (y no en las urnas) la cosa se debe calentar aún más tras la posesión del nuevo presidente electo.

* Bruno Lima Rocha es politólogo (phd), docente universitario
y milita en el frente de medios del Elaopa.org, radicado en el Sur de Brasil

*El presente análisis ha sido publicado por Barómetro Internacional.
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