Boletín No 117

ICCI

El bono de desarrollo humano


Dentro del paradigma dominante que ha existido en Latinoamérica, relacionado con una fase específica del crecimiento económico, a partir de los años ochenta se impulsó lo que ciertos analistas económicos llamaron “el desarrollo del capital hacia dentro” esfuerzo estatal que se lo realizó debido a las presiones ejecutadas por las instituciones multilaterales en función de las medidas de ajustes para los sectores medios que necesitaban de un mercado interno dinámico que posibilitara el desarrollo de la industria nacional.

En los noventa el capitalismo irrumpe con fuerza en estas economías industriales nacientes, polarizando aun más la sociedad, entre los que tienen mucho y van amasando grandes fortunas y amplios sectores en la extrema pobreza, realidad que fue disminuyendo la posibilidad de un mercado interno dinámico, pues la capacidad adquisitiva de los ciudadanos disminuía y la preocupación del sector industrial crecía proporcionalmente a ésta.

De igual manera las oportunidades de empleo fijos cada vez se iban reduciendo, muestra de ello son los índices publicados por el INEN en el 2002, donde la taza de desempleo bordea el 9% y la de subempleo el 49%, porcentajes que comparados con los índices actuales, del 8% del desempleo y el 54,1% de subempleo, nos dan cuenta que el subempleo crece, dejando a las familias ecuatorianas en términos laborales y de ingresos que no aseguran la vida.

Si a este contexto sumamos que la población mayormente afectada es de las mujeres, donde el desempleo y subempleo significa el doble de los índices indicados para hombres, nos encontramos frente a la necesidad de lograr una equidad emergente que disminuya o desaparezca, lo que los gobiernos neoliberales suelen llamar en sus programas de beneficio social “Sectores Excluidos”

Trabajar por una equidad económica emergente, según los gobiernos de turno, que asegure un mercado dinámico, desdibuja las razones concretas de los niveles de pobreza generados por la mala distribución de la riqueza, realidad que no solo disminuye la capacidad de compra, afecta a la posibilidad de la seguridad social, salud, educación y a la posibilidad de cubrir la canasta familiar básica que hoy en día rebasa los 510 dólares.

El impacto de las políticas de ajuste en el medio urbano hasta mediados de la década de los noventa, dio como resultado la depreciación de los salarios y con ello el incremento de la pobreza. Los constantes ajustes en los precios de los combustibles y servicios básicos implantados por los gobiernos de turno, fueron generando cinturones de miseria alrededor de las grandes ciudades y en el medio urbano la imposibilidad de la venta de los productos que se cultivan, viéndose constantemente reducido el poder adquisitivo de la población, dejando sin piso las medidas legales e institucionales que propician constantes arreglos salariales que ocasionan una creciente inflación minando de esta forma el poder de compra.

El cuestionamiento y las interrogantes de ¿cuáles son los costos sociales de la aplicación de este modelo neoliberal? ¿Sobre quiénes recae la carga de los ajustes económicos? No son muy difíciles de contestar. Indudablemente que sobre aquella parte de la población mas desprotegida que son nominados como pobres, pero que según las condiciones económicas que hasta ahora se viven, emerge como los excluidos de entre los más pobres, a quienes se pretende mediante la entrega de una miserable cantidad de dinero en forma directa, mitigar los impactos de la desatención por parte del Estado y la aplicación de un modelo económico depredador.

Este beneficio adquirido por ser el pobre de los más pobres, se ha focalizado mediante, un bono que ha ido cambiando de nombre, a lo largo de estos 10 años, ahora dejó de ser bono de la pobreza, bono solidario, a llamarse “bono de desarrollo humano”. Este subsidio a la pobreza o lo que los gobiernos llaman, políticas sociales hacia los más desposeídos, primero surgen desde la óptica neoliberal, donde el ser humano es tomado como individuo, solo como sujeto de mercado, donde la mercancía está disponible a la lógica de la oferta y la demanda, pues el bono adquirido tiene como fin último mejorar la capacidad de adquisición de los pobres.

Es en este marco analítico que se definió y se delimitó a la pobreza, concepto fundamental para dimensionar y direccionar el carácter de la política social, desde un punto de vista economicista, material e individual, semejante a las elaboraciones teóricas y prácticas producidas en los países centrales que difundieron la sociedad de mercado, especialmente Estados Unidos.

Las presiones internacionales, porque los Estados tomen atención a la población más pobre, provoca en nuestro país la fascinante pero ineficiente política social del bono, a costo de mayor endeudamiento para pagar la deuda social, aunque sea por bonos insignificantes que para la economía de las familias no ha significado ningún cambio.

Responderse quién realmente se beneficia con estos programas de desarrollo es muy fácil a la hora de comparar los beneficios que obtienen los sujetos implicados en esta transacción “de beneficio social”

Mensualmente, los bancos inyectan capital a sus arcas vía el bono de desarrollo humano, ellos no reciben la simple cantidad de 30 dólares, que una mujer “favorecida por su pobreza” recibe, monto que según una encuesta realizada a las mujeres de Esmeraldas hace un año, les alcanza para la alimentación de tres días como máximo, los días restantes del mes no saben como los solucionan, pues la mayoría no tienen trabajo y otras subempleadas a lavar la ropa ajena, ingresos que les permiten vivir con 2 a 2 dólares diarios.

Hemos querido averiguar cuanto exactamente reciben los bancos, a nombre de la pobreza, pero ha sido inútil, la información es confidencial, pero suponemos que son algunos millones que son pagados parcialmente, pues algunos pobladores beneficiados por esta política dejan acumular unos, dos o tres meses, para que signifique algo a la hora de cobrar, un bono que para adquirirlo se debe ser pobre, y si después de demostrar de ser pobre, por lo tanto merecedor de este “beneficio” y si por algún motivo aparece su nombre en el sistema de almacenes o el sistema financiero, por una pequeña deuda que ha adquirido para mejorar sus condiciones de vida, le quitan el bono.

Ahora, ¿a quién beneficia cuando llegan las elecciones o contiendas electorales, este llamado bono al desarrollo humano? Basta con ofrecer el incremento de este bono a los pobres para conseguir algunos votos, a la pura lógica del neoliberalismo, donde las políticas sociales quedan sometidas a ofertas populistas creando falsas expectativas en los sectores más empobrecidos de la población y beneficiando a quienes por siglos han ostentado no solo el poder político, sino los beneficios económicos que este les procura.

El bono de desarrollo humano, surge para aumentar la capacidad de compra de los pobres, por lo tanto dinamizar el mercado, no importa de que, pero el mercado, surge para inyectar dinero a los bancos.


Coordinación General: José Luis Bedón
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Edición Electrónica: Marc Becker

La tierra como espacio de producción

Roberto Beltrán*

La forma de propiedad feudal de la tierra devino en la forma de propiedad capitalista de la tierra, se establece gracias a la concurrencia libre del capital en la agricultura y las relaciones capitalistas de producción, apareciendo como sujeto productivo, el obrero agrícola, condiciones que representaron para el obrero agrícola antes campesino o indígena, el extrañamiento y desapropiación de la tierra y su dependencia con respecto al capitalista que explota el campo agrícola para obtener de ella una ganancia.

La propiedad sobre la tierra en el capitalismo americano y latinoamericano supone históricamente el monopolio de grandes extensiones de tierra en manos de grupos de familias que por herencia histórica colonial y por herencia republicana se han atribuido por medio del Derecho a disponer de estos territorios, este poder jurídico no es más que el permiso legal del terrateniente para manejar la tierra como cualquier mercancía, premisa capitalista que Marx acoge para analizar la renta de la tierra como parte de la plusvalía que produce la tierra y el capital, análisis que es necesario citar, pues los grandes terratenientes en Latinoamérica han sobrevivido y han acumulado sus grandes fortunas a través de este medio “ la Renta de la tierra”

Para analizar la renta de la tierra debemos ubicar a los sujetos o clase que forman esta rama de la producción: los obreros agrícolas y el capitalista terrateniente. El capitalista terrateniente, es el propietario de la tierra, es quien determina contractualmente las condiciones y los costos que implica usufructuar de su propiedad territorial y del capital que va a ser invertido con el fin de generar plusvalía.

Por consiguiente la renta del suelo, aparece como la forma en que económicamente se valoriza la propiedad territorial, de esta manera la tierra es encubierta bajo la forma de un determinado impuesto en dinero, impuesto que es fijado por el monopolio de ésta y por el capital que se une a ella.

Cuando el capitalista terrateniente decide invertir en el suelo agrícola, lo hace de forma transitoria y de forma permanente, en el segundo caso Marx llama a este capital invertido “ la terre-capital” capital que entra a ser parte del capital fijo de la propiedad territorial, beneficiándose por el mejoramiento de su tierra en condiciones de producción y utilización Tierra-mercancía, su propiedad entonces ha ganado en valor de tierra para el mercado, ahora si el terrateniente decide arrendar su tierra, la renta se la percibe sin mucho esfuerzo, pues esta se la adquiere sin inversión, pues el arrendatario es que estará obligado a invertir en ella, mejorando el suelo agrícola en valor de arrendamiento por lo tanto dándole al terrateniente la oportunidad de incrementar el interés del arriendo de su tierra para el próximo arrendatario o la renovación del contrato del que está arrendando, beneficio que recibe el terrateniente sin costo alguno, razón por la cual tratará de acortar los plazos de arrendamiento. Práctica rentista que en América Latina se ha practicado desde el arrendamiento de parcelas pequeñas a grandes latifundios.

Una vez terminado el contrato de arrendamiento el terrateniente recibe su propiedad mejorada, incrementando constantemente el costo de la renta del suelo y el valor en dinero de sus tierras. Esta forma de relación productiva más temprano que tarde se convierte en una traba para la producción racional de la tierra, conociendo de antemano que el precio de la tierra no tiene valor, pues no es una mercancía producto de trabajo, es un bien natural.

Al hablar del problema indio-territorio en América, tenemos que hacer notar que este ha sido siempre reducido a problemas de educación, pedagogía, etnia y moral, si bien es cierto que estos problemas existen, también es cierto que al reducir el problema del indio a estos aspectos, ha tenido una intencionalidad política económica, pues no nos vamos a conformar con derechos culturales, ni con promesas de amor y cielo, promesas que hablan de un progreso que no queremos, queremos nuestro reconocimiento como sujetos políticos y económicos, es decir queremos reivindicar el derecho a la tierra.

El problema agrario en América india, se presenta ante todo, como el problema de la liquidación de la feudalidad. Esta liquidación debía haber sido realizada ya por el régimen demo-burgués formalmente establecido por la revolución de la independencia. Pero la historia nos ha demostrado que en la república, no ha sido capaz de presentarnos una verdadera clase burguesa, una verdadera clase capitalista que rompa con el concepto rentario de la tierra. La antigua clase feudal -camuflada o disfrazada de burguesía republicana- ha conservado sus posiciones. La política de desamortización de la propiedad agraria iniciada por la revolución de la Independencia -como una consecuencia lógica de su ideología- no condujo al desenvolvimiento de la pequeña propiedad. La vieja clase terrateniente no había perdido su predominio, produciendo en la práctica el mantenimiento del latifundio, atentando así con las comunidades indígenas.

Mariátegui, dimensiona en toda su magnitud el problema social, político y administrativo de todas las naciones republicanas creadas a inicios del siglo XIX, contraponiendo como partida revolucionaria la supervivencia de la comunidad y de elementos del socialismo práctico en la agricultura y la vida de los indígenas, donde el indio está subordinado al problema de la tierra, pues el indio es en su mayoría un trabajador agrícola, que tiene como legado ontogenético precisamente lo agrícola, pues nuestros antepasados eran pueblos ligados a la tierra y al pastoreo de animales, donde las industrias y las artes tenían un carácter doméstico rural, prácticas productivas que se vivían sobre la base filosófica de que la vida viene de la tierra, haciendo de la tierra y el hombre un solo acontecer indisoluble. La destrucción de esta economía y por ende de la cultura a partir de la conquista redujo al indio y a su tierra en cosa de explotación máxima, pues el interés del conquistador estaba atravesado por la codicia excesiva por los metales preciosos, estableciendo el sistema de las mitas y el trabajo en trabajo forzado.

Estos antecedentes nos pueden dar un acercamiento a lo que fue y sigue siendo un factor de aniquilamiento del capital humano y de la decadencia de la agricultura. En el régimen agrario colonial, la sustitución de una gran parte de las comunidades agrarias indígenas en latifundios de propiedad individual, a lo largo del tiempo en vez de disminuirse estos feudos han ido concentrando y consolidando el monopolio de la tierra en pocas manos, haciendo de las pequeñas conquistas de la reforma agraria, políticas que constituyen al indio en pequeño propietario rompiendo así su configuración comunitaria. Sin embargo de eso, en las comunidades indígenas donde se agrupan familias entre las cuales se han extinguido los vínculos del patrimonio y el trabajo comunitario, subsisten aún, robustos y tenaces, hábitos de cooperación y solidaridad que son la expresión empírica de un espíritu comunitario. La comunidad corresponde a este espíritu, es su órgano. Cuando la expropiación y el reparto parecen liquidar la comunidad, el socialismo indígena encuentra siempre el medio de rehacerla, mantenerla o subrogarla.

El trabajo y la propiedad en común son reemplazados por la cooperación en el trabajo individual. Como escribe Castro Pozo: «la costumbre ha quedado reducida a las mingas o reuniones de todo el ayllu para hacer gratuitamente un trabajo en el cerco, acequia o casa de algún comunero, el quehacer efectúan al son de arpas y violines, consumiendo algunas arrobas de aguardientes de caña, cajetillas de cigarros y mascadas de coca». Estas costumbres han llevado a los indígenas a la práctica -incipiente y rudimentaria por supuesto- del contrato colectivo de trabajo, más bien que del contrato individual. No son los individuos aislados los que alquilan su trabajo a un propietario o contratista; son mancomunadamente todos los hombres útiles de la «parcialidad».

Toda esta visión comunitaria de la tierra que aun persiste en las comunidades y en las haciendas donde el indio trabaja como trabajador asalariado, se rompe de generación en generación, pues el Estado permite el arriendo de la tierra, por ende la propiedad de la misma y con ella la producción de riqueza que genera el trabajo del indio o el campesino contratado o arrimado.

Es bueno para los que no creen en la visión de los pueblos indígenas citar a Lock cuando dice: “no acepto en ningún caso la propiedad privada de la tierra, los únicos derechos de propiedad privada legítimos son los que están basados en el trabajo” o lo que dice Henry George, al proponer un impuesto único a la tierra productiva, dado que ningún individuo había «producido» la tierra esta es propiedad de la comunidad, de todos los hombres.

Cito estos pensamientos para reafirmar que la tierra no es una mercancía, es parte indivisible de la comunidad, desde nuestro punto de vista filosófico, la tierra tiene para el runa andino una gama de ricas acepciones y connotaciones, por lo que hablar de tierra como sustantivo, para el mundo indígena es el globo terráqueo, el mundo, el planeta, especio de vida, universo y estratificación del cosmos, pero si nos referimos específicamente, a la tierra como base de la vida, el hombre andino utiliza la expresión pachamama. Decir pachamama es decir madre tierra, es hablar de la base fundamental de la vida de los indígenas, espacio donde él se constituye como hombre, donde su humanidad es primero en cuanto hombre productivo ligado a la tierra, con una economía agrícola comunitaria, que supone formas de gobernabilidad horizontales, descentralizadas y plurinacionales. En cuanto hombre de religión ligado al mito, donde la naturaleza deviene animada y parte irrevocable del él mismo, relación que se presenta mediada por la magia y por último como hombre de conocimiento, donde la tierra se presenta como el universo ordenado y dialéctico del tiempo y el espacio donde la tierra y el hombre son uno solo.

En la visión indígena la diferencia entre tierra y territorio, radica en que la primera es el todo vital donde su vida acontece y territorio es el espacio especifico donde se asienta y construye su cultura, desmintiendo así concepciones estrechas que hacen de la categoría tierra el pedazo de terreno donde cultiva el campesino, concepciones que no alcanzan a entender, que la cosmovisión indígena no podría explicarse de manera aislada y fraccionada pues su punto paradigmático sobre el cual se levanta todo conocimiento es el todo, es el universo, es la TIERRA.

* Estudiante de Sociología del Pueblo Pansaleo


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El mercado laboral, cuestión de vida para los jóvenes y nacionalidades


Tarimiat Tsenkush

La cuestión política del empleo de millones de ecuatorianos hoy es apremiante, asunto esencial que no pueden eludir los gobernantes y autoridades de todos los niveles, pues está bajo su responsabilidad la creación y la ejecución de políticas que permitan resolver el 63% de desempleo real que tiene nuestro país.

Por otro lado para millares de jóvenes y adultos, que forman parte de la llamada población económicamente activa que está en el 63% de desempleo real, es política y éticamente válido y prioritario luchar y exigir la solución a este problema económico.

La gran población desocupada o subempleada del país, está generando una crisis no solo económica, sino profunda crisis social, que se resuelven con la migración nacional e internacional masiva, que provocan otros problemas sociales como: la descomposición familiar, la desarticulación comunitaria, el crecimiento de la delincuencia, etc., etc.

Para nosotros los jóvenes pertenecientes a los pueblos y nacionalidades del Ecuador, es un tema estratégico de cara al futuro, pues si no se resuelve de manera eficaz e inmediata, es puerta abierta para las bandas, las drogas y la violencia urbana y rural. Consecuencias que en nuestro caso trasciende en lo comunitario, en la pérdida de identidad y en la ruptura histórica de lo que se ha configurado desde hace miles de años como pueblos y nacionalidades con características propias.

Para los jóvenes de las nacionalidades el problema es mayor, pues la falta de preparación profesional en nuestros pueblos es de casi el 80%, siendo optimista, pues los recursos económicos para salir a los centros de estudios son muy altos en relación a los ingresos que la familia y la comunidad perciben de sus prácticas productivas que principalmente están dirigidas al auto consumo y al mantenimiento de nuestro territorio.

A diferencia de los jóvenes que viven en la ciudad, que pueden acceder a los centros educativos, primarios, secundarios y universitarios públicas del Estado, pareciera que estos centros educativos sólo están dirigidos exclusivamente para los sectores urbanos, más no para los jóvenes de los pueblos que requieren un presupuesto extra para la vivienda y la alimentación si quiere acceder a la educación gratuita que ofrecen en los centros urbanos.

Por esta realidad que no se escapa ni el más ingenuo de nuestros jóvenes en las comunidades, creo que es necesario exigir a las autoridades que nos representan, desde nuestros dirigentes locales, regionales, nacionales y al gobierno que hoy administra el Estado que los centros de formación no solo estén ubicados en las urbes, deben construirse en las comunidades y no me refiero a las escuelas uni-nacionales que muy pocas veces funcionan, me refiero a la creación, construcción y administración de centros educativos donde exista los 10 grados de básica, los tres años de bachillerato, además de crear por lo menos centros de extensión universitaria para que los jóvenes accedamos con mayor facilidad a niveles educativos que nos permitan ingresar al mercado laboral en iguales condiciones que los jóvenes de la ciudad.

Pero ahí no se termina nuestros reclamos y exigencias, pasan por el mercado laboral que no existe ¿para qué formar jóvenes profesionales, si las fuentes de trabajo casi no existen? ¿Para qué llenar vacantes laborales si el sueldo básico es de 200 dólares y la canasta familiar es de 520 dólares?
Por lo tanto el mercado laboral tiene tres elementos fundamentales que hay que resolver para que la juventud y para que la población económicamente activa viva, primero la educación para todos, tomando en cuenta cada una de las realidades de los pueblos, dos el incremento de fuentes de trabajo y tres un salario justo que responda a la necesidad real de las familias. Estamos cansados de que nuestras necesidades, se conviertan en instrumentos de demagogia, que solo favorece a personas que ya tienen resuelta la vida de su familia.

Ahora si miramos para dentro, en mi comunidad, perteneciente a la nacionalidad Shuar, no difiere mucho de cualquier rincón de este territorio llamado Ecuador; estamos siendo engañados por los ofrecimientos que hacen las Juntas Parroquiales, Municipios, Concejos Provinciales y otros espacios representativos que están manejados por el partido del gobierno o por cualquier otro partido que hace uso de la retórica populista para comprar nuestro voto.

Desde muy pequeños nos han enseñado en la escuela uni-nacional de la comunidad, que vivimos en un país libre,  sin exclusiones, democrático, solidario. Y más con la última constitución aprobada hace muy poco, un país intercultural, plurinacional y con una Ética revolucionaria que busca el derecho del buen vivir. Pero de que ética nos hablan, en los centros de educación y de formación de los futuros ciudadanos, si las estrategias económicas practicadas hasta hoy no han sabido resolver los problemas económicos de la gran mayoría de los ecuatorianos, sometiéndonos a vivir de la esperanza y de pequeñas limosnas que no resuelven los problemas de fondo.

En nuestra comunidad, al igual que en otras comunidades de las nacionalidades existe una gran masa de jóvenes que organizados y con apoyo pueden auto resolver el problema del trabajo, labor que no entiende de leyes invisibles del mercado capitalista y de la bolsa de valores, trabajo que se lo puede organizar en función de la vida misma de las comunidades, es decir del sentido comunitario y del proceso de producción colectivo que se ha practicado durante siglos, y que hoy se ha venido a menos por falta de apoyo económico que no esta resumido en un bono de 40 dólares, que para nosotros supone una gran inversión con visión comunitaria, más no individual.  

No queremos la práctica deshumanizadora y destructora de las empresas mineras y petroleras, cuando nos ofrecen individualmente puestos de trabajo, que para sus ganancias significan el pago de mano de obra barata, argumentando que somos una mano de obra no calificada. Esta realidad interna nos llama a reflexionar y a medir las consecuencias de este tipo de ofertas y políticas.

Cuando hablamos de buscar solución a estos problemas económicos, en el país, en las comunidades, me pregunto, ¿será que esta realidad no tiene solución? ¿Será como dicen algunos compañeros que solo necesitamos cambiar o crear una nueva forma de hacer economía? o ¿será que solo necesitamos, como dicen otros compañeros, volver a nuestra moneda? Frente a estas preguntas y respuestas que sonarán un tanto ingenuas es necesario señalar, ¿buscar otra forma de hacer economía? y la nuestra, la economía comunitaria, esa que se está perdiendo por tanto buscar otra. Los jóvenes en nuestro afán por aportar en el ingreso de la familia, de la comunidad, nos hemos dejado atrapar por el juego perverso del mercado laboral capitalista, dejando en el viento prácticas productivas propias comunitarias.

Convencidos de que la exclusión social y las diferencias de clase son inevitables y casi naturales, aceptamos la culpa de haber nacido pobres, indios y casi analfabetos, sumergiéndonos en un fatalismo que no nos permite recordar, exigir y buscar los mecanismos necesarios para financiar la recuperación de nuestra dignidad, nuestra identidad y nuestras formas productivas.

Con esperanza miro, que a pesar de la ausencia de un gobierno para los pueblos y pobres, en los últimos años he visto a la juventud Shuar, preocupada por construir lo que yo llamo “crecimiento con equidad”, sin embargo la responsabilidad del Estado y del gobierno no se la puede quitar, son quienes nos representan, los que tienen que construir las posibilidades de un buen vivir equitativo, eso no debemos olvidar, solo así rechazar las ideas fatalistas que legitiman las condiciones inhumanas en que nos relacionamos y vivimos.

Como jóvenes de las nacionalidades y pueblos, creemos necesario hacer un llamado a toda la juventud para que miremos más allá de determinaciones coyunturales, para que nos quitemos la venda de los ojos y miremos que es la sociedad organizada en la explotación del prójimo y de la naturaleza en función de la ganancia y acumulación monetaria, la causante de que vivamos un mundo enfermo, con el cuerpo cansado y la conciencia humana casi anulada.

Para el gobierno de la revolución ciudadana ya no es posible el comunismo ni el camunitarismo que nosotros planteamos, solo es posible la consolidación del capitalismo consumista que hace de nuestros compañeros, de nuestras comunidades sujetos de compra y venta, para lo cual utilizan mucha publicidad que despierta un apetito voraz dejando en nuestra gente la sensación de frustración al no poder acceder al mercado, realidad que se puede comprobar en el número de endeudados que tienen las comunidades y de esos, muchos que no han podido pagar, provocando circunstancias que jamás habíamos vivido, suicidios por desesperación, frustración económica.

Diversos intereses, económicos, políticos e ideológicos, creados al son de una sociedad basado en la desigualdad económica, la mala distribución de la riqueza, la discriminación económica y social, legitimada por los gobiernos de turno incluyendo el que está instalado ahora en el gobierno, impide el debate sobre esta cuestión vital “el trabajo para todos los ecuatorianos”

Frente a estas sombrías perspectivas nos preguntamos: ¿Habrá fuentes de empleo para las nuevas generaciones? ¿Será que la solución de todos los problemas sociales está determinada en el mercado? Nosotros los jóvenes vamos a exigir que al menos esta necesidad laboral el gobierno que no hace mas que discursar una revolución ciudadana que no existe, cumpla con lo que ofrece, pues la creación de fuentes de trabajo es de importancia vital para la sociedad en su conjunto.


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