Bienvenidos al "Instituto de Ciencias y Culturas Indígenas"
Por: Estuardo Remache*
Por: Robert Andolina*
Introducción El día de mi arribo a Ecuador, el 18 de enero de 2000, encontré a los indígenas rebeldes reunidos en el Ágora de la Casa de la Cultura y con planes de tomarse el Congreso Nacional. El hecho parecía repetirse con aquel de 1997, justamente cuando me disponía a dejar el Ecuador, y tanto los indígenas como otros grupos sociales se habían concentrado en ese mismo espacio, para constituir la Asamblea Constituyente de la Sociedad Civil y transformar el escenario político del Ecuador. Eso nos llama a reflexionar sobre las similitudes políticas y discursivas entre estos dos momentos y procesos. Son, definitivamente, momentos distintos. No obstante, hay algo en los discursos, proyectos, y prácticas políticas que se repiten, o reaparecen, lo cual abre el espacio para interpretar estos dos procesos, no solo como situaciones potencialmente revolucionarias, sino también como tipos de «eventos paradigmáticos,» al decir de Clifford Geertz. Pero para entenderlo así, el análisis de los dos eventos tiene que tomar en cuenta las luchas y juegos políticos antes de la Constituyente y aquellos correlativos al 21 de enero. De esa manera, evitamos retratar los dos procesos como opuestos; es decir, que la Constituyente concentró su atención sobre «reivindicaciones» y «derechos», y el 21 de enero sobre «política» y «poder.» De hecho, ambos eventos tuvieron directa relación con el poder. No pretendo en este artículo enumerar y explicar todas las similitudes y diferencias entre los dos momentos de manera íntegra, sino más bien ofrecer algunas ideas iniciales para una conceptualización y esquematización que posibilite entender estos dos eventos. Estos momentos son más bien dos expresiones de los paradigmas de la política ecuatoriana contemporánea. Estos paradigmas se ensamblan en los repertorios y proyectos de los actores políticos y sociales, y en discursos que, como veremos más adelante, dan forma a la lucha en los dos momentos. Elaboro esa idea de la siguiente manera: Uno. Los actores, tanto de la sociedad civil como de la clase política, tienen repertorios de acción que más bien son finitos y dinámicos, y que están limitados por sus experiencias y visiones, así como por el rol que juegan dentro del sistema de acción política. De tal manera que se puede observar el uso de conceptos y tácticas similares en situaciones que pueden ser consideradas como distintas. Dos. En el contexto contemporáneo ecuatoriano, existe una repetición de proyectos políticos, y esto, de alguna manera, es el producto de un tipo de empate entre, por una parte los movimientos sociales y en especial, por su fuerza organizativa, el movimiento indígena, y por otra parte, los sectores dominantes. El uno pretende implementar una suerte de democracia y desarrollo participativo y pluralista, y el otro un sistema neoliberal con una democracia de corte institucional y de mayorías. Ni el uno ni el otro, han podido realizar hasta ahora su proyecto plenamente. Tres. Existen espacios limitados de acción y poder legítimo, circunscritos por discursos particulares, que establecen las normas y reglas del juego político. De la misma manera, entonces, los actores tienen un repertorio limitado de discursos para expresar sus visiones y legitimar su retórica. Un esquema organizativo Ofrezco aquí un esquema conceptual de la inserción del movimiento indígena en los procesos o estrategias de las que hablamos: la Asamblea Constituyente en 1997/8, y la toma de los tres poderes del Estado el 21 de enero de este año. Para ponerlos en perspectiva, incorporo la cuestión de la participación electoral del movimiento indígena. Cabe esta propuesta porque desde 1996 las proyecciones del movimiento indígena, y algunas de sus propuestas, apuntan directamente hacia espacios de poder, lo cual sugiere también su reconstrucción como actor. Cada tipo de acceso al poder implica diferentes niveles de conformidad con las reglas dominantes del juego político (ver esquema).(1) Tres proyecciones hacia el poder Las tres formas de «participación» son también distintas «tomas del poder» que reconstruyen parcialmente al movimiento indígena como actor. Un elemento clave del repertorio del movimiento indígena es, a no dudarlo, el «Parlamento Indígena-Popular», que se manifiesta, además, de forma distinta en cada proceso. Es decir, el movimiento indígena accede a estos espacios de poder pero con un concepto alternativo en cuanto a la forma de cómo deberían ser tales espacios, simbolizados éstos por el parlamento o la asamblea indígena-popular.(2)[…] Democracia es el dominio de la mayoría… tienen que garantizarse los derechos de las minorías, pero no pueden obtener el derecho a decidir (El Comercio, 26 agosto de 1997).Manuel Terán refiriéndose a la propuesta de control de riqueza petrolera en la amazonía, expresa:
160,000 ciudadanos que conforman la población aproximada de los indígenas amazónicos, 1.5% de la población total, controlarían la riqueza mineral y petrolera del país…y que haría el resto del país? (El Comercio, 21 de octubre de 1997).Tanto en el caso de la Asamblea, como el 21 de enero, desde la retórica del poder se han deslegitimado los esfuerzos del movimiento indígena con este discurso. En la lucha de las constituyentes, se intentó deslegitimar a la Asamblea Alternativa, llamándola una «Asamblea paralela,» «foro cívico,» «espacio de discusión,» o hasta «reunión» porque supuestamente no representaba las «mayorías,» por no estar compuesta de miembros elegidos por votación popular. También en el caso del 21 de enero, se retrató a este evento como «el secuestro del país,» por indígenas rebeldes, quienes constituirían una «minoría» excesivamente política, sin derecho a tomar el poder o imponerse sobre la «mayoría» (Walsh 2000, 10). Este discurso de mayorías y minorías es particularmente fuerte en el caso de los indígenas, considerados como de última categoría. Ahora, este discurso es reforzado por aquel de las mismas organizaciones indígenas, que establece señales de identidad que excluyen a la mayoría de la población de ser considerados indígenas.(5) Tal definición tiene su lado positivo en cuanto a que les permite reivindicar sus derechos colectivos en base de sus identidades y particularidades. Por otro lado, se excluye la posibilidad real de que los «indígenas» formen una mayoría. Salidas a esta contradicción existen; pero se requiere que las organizaciones indígenas vayan mas allá de una identidad y de una red de alianzas estrictamente indígenas; o, se requeriría del uso de mecanismos de consulta o encuesta, para identificar los postulados de las organizaciones indígenas con la opinión mayoritaria de la población. La institucionalidad El discurso de las «mayorías» esta vinculado al de la institucionalidad, en tanto hay un mito o creencia de que las instituciones, en sí, representan a las mayorías. Así, dentro de este discurso, solo por su mediación se puede legítimamente hacer reclamos o tomar el poder. Este discurso apareció en las luchas de 1997, y también este año, cerrando las posibilidades históricas del movimiento indígena. En el caso del 21 de enero, fue esta «falta de respeto» a las instituciones las que llevaron a categorizar al movimiento indígena como «golpistas,» «dictadores,» y «antidemocráticos.» Tanto los militares que obstaculizaron la Junta de Salvación en nombre de defender la constitucionalidad, como Osvaldo Hurtado quien defendió las «instituciones democráticas,» participaron en este juego discursivo. Es interesante anotar que Hurtado se posicionó de igual modo durante la Asamblea. Los pueblos indígenas inicialmente adoptaron posiciones contrarias al sistema democrático, abandonándolas después al considerar que sus instituciones no eran el obstáculo, sino más bien un camino para realizar sus demandas. Conscientes de ello participaron en las elecciones para integrarse en la Asamblea Constituyente (oficial), donde obtuvieron un 10% de representación. No estuvieron equivocados en pensar que la Asamblea sería un espacio abierto para sus opiniones, comprendería sus problemas, y atendería sus demandas. No utilizaron la fuerza ni presiones inapropiadas, valorizando más bien la razón, la persuasión y la negociación. Estos medios democráticos les permitieron obtener un voto unánime para que sus derechos colectivos consten en la constitución (El Comercio, 20 de mayo de 1998). Habían otras declaraciones de este tipo durante 1997 y los primeros meses de 1998. Este discurso de la institucionalidad se uso para poner al movimiento indígena, y a otros movimientos sociales, en «su lugar.» Esto de hecho, fue parte de la estrategia de Alarcón cuando llamó a una consulta popular en mayo de 1997. En los resultados de ésta, no solo que se ratificó su presidencia interina, sino que se señaló que la asamblea oficial debería estar compuesta por miembros elegidos por votación popular (y no delegados directos de organizaciones indígenas y sociales), Alarcón, al respecto, comentó:
La Consulta también pone en su lugar los movimientos que pretenden ser dueños del Mandato Popular del 5 de febrero; sabremos cuantos son y su peso en la sociedad. Eso se mostró en la composición de la Asamblea Constitucional (El Comercio, 25 de mayo de 1997).Aquí otra vez los indígenas y movimientos sociales se encuentran presos en trampas discursivas cuando quieren evadir la institucionalidad. Sin embargo, las instituciones sí ofrecen algunas posibilidades de avance. Además, hay salidas posibles a este discurso, cuando los medios extrainstitucionales utilizados son pacíficos y recogen el sentimiento del pueblo; así como, cuando se levanta exitosamente la bandera de la soberanía popular, desligándola de las instituciones existentes del Estado y del gobierno. La estabilidad La institucionalidad está vinculada al discurso de la estabilidad, y como los otros discursos mencionados, aparece en la retórica tanto de 1997 (5 de febrero y Asamblea) como en el 2000 con el 21 de enero. La «necesidad» de mantener la «estabilidad,» y la «tranquilidad social,» es otro discurso que puede encerrar al movimiento indígena. Así, el 21 de enero fue retratado como una violación extrema de las normas de estabilidad, concibiéndose el día 22 como la restauración de la paz y el control (Walsh 2000, 6), con la instalación de Gustavo Noboa como Presidente de la República y el retorno de los indígenas a sus comunidades. Igualmente, el 1 de mayo en una llamada a la Radio La Luna, un oyente reaccionó con respecto a las protestas de ese día de la siguiente manera: «se necesita mano dura para que los indígenas y otros se pongan a trabajar, en vez de anarquizar al país.» Estos criterios también se contraponen a las preguntas de la consulta popular, planteadas por el Parlamento de los Pueblos, que propone la cesación de los diputados del Congreso Nacional, y la reestructuración del poder judicial. De igual manera, se desplegó este discurso con respecto a la Asamblea. Al responder al paro indígena-campesino de agosto de 1997, que protestó la manipulación de la Asamblea oficial por parte del Congreso Nacional, Xavier Neira del PSC opinó: «La Asamblea se convoca para institucionalizar el país, no anarquizarlo…los dirigentes de la protesta quieren construir un país ideal, pero a la vez ellos anarquizan, dividen, y empobrecen el país real» (Hoy, 14 de agosto de 1997). Comentarios parecidos salieron cuando los participantes en la Asamblea Constituyente indígena-popular intentaron ocupar el Congreso Nacional. Este discurso de estabilidad también se juega internacionalmente en el discurso de desarrollo y en torno a intereses particulares. Tanto los EEUU como los inversionistas extranjeros defienden sus intereses respecto a países pobres en términos de mantenerlos estables. Entonces este discurso de la estabilidad, aunque claramente parte del Estado, también se vincula al discurso actual de desarrollo, y a su acompañante en lo político: la «gobernabilidad». Conclusión Aunque estos tres discursos podrían ser utilizados tanto por los indígenas, otros movimientos sociales, como por la clase política o «dirigentes de opinión pública,» reconocemos que el acceso a este uso no es igual. Además, estos discursos forman parte del repertorio, si no de la identidad, de la clase política, mucho más que del movimiento indígena y de otros movimientos sociales. Un ejemplo de lo mismo se publicó recientemente en el periódico, donde Juan José Pons (actual Presidente del Congreso Nacional) articuló los tres discursos frente a declaraciones efectuadas por Salvador Quishpe, dirigente indígena:
La democracia es el gobierno de las mayorías…si esa mayoría realmente apoya al movimiento indígena veamos los resultados de las elecciones del 21 de mayo […] El país no se puede acabar, no podemos permitir que una minoría, por importante que sea, lo lleve al caos (El Comercio, 30 de abril de 2000).Vemos la apariencia y uso de esos discursos en varios momentos, sobre cuando existen desafíos abiertos del movimiento indígena, haciendo aún mas ambiguos y difíciles de aprehender los espacios del poder a los cuales éste ha intentado acceder. Se puede decir que estos discursos forman parte del paradigma dominante de la política ecuatoriana, y forman parte clave de la identidad y el repertorio de la clase política dominante. Las organizaciones indígenas han desarrollado su propios paradigmas de acción, incluyendo el de la asamblea indígena-popular. Se crea de esa manera un tipo de intercambio simbólico, donde los indígenas proponen otra institucionalidad, con otro concepto de representación. Es un avance, pero difícilmente se rompen estos discursos de poder y son recreados en los paradigmas dominantes. No obstante, es necesario hacerlo. Concretizar la interculturalidad en este país será difícil con una democracia institucional y mayoritaria, con un limitado concepto de representación, dirigido sobre todo para mantener la «estabilidad,» que no crea espacios reales para una democracia más participativa, plural, y de consensos.
Por: Vicenta Chuma
Josefina Lema
Entre los pueblos de la nacionalidad quichua ha persistido una tradición en cuanto al liderazgo de mujeres desde la comunidad. La historia habla de mujeres que han trascendido: Lorenza Abimañay, Micaela Bastidas, Dolores Cacuango, Tránsito Amaguaña; pero, asimismo calla muchos nombres que no lograron atravesar la barrera impuesta por un silencio que nos recorta aún la memoria.
Las mujeres hemos podido mantener en gran medida la cultura de nuestros mayores, recrearla en la cotidianidad, nutrirla de la vida de las generaciones que hemos habitado estas tierras, y contribuido a mantener vivos nuestros principios y nuestra ética. La presencia de la mujer es permanente en todas las actividades dentro de las comunidades; por lo general somos las mujeres quienes seguimos acunando a los huahuas (niños) con canciones quichuas, quienes le hablamos a la Pachamama (madre tierra), ofrendamos al momento del parto nuestra propia fertilidad para devolverle los frutos que alimentaran a nuestra familia, somos quienes -con tristeza- damos alas a los hijos para que vayan a que las ciudades, que casi nunca los devuelven. En las mingas y asambleas crece la participación de la mujer, pues, al mantener en mucho los ejes de lo comunitario en nosotras, podemos proponer y ejercer justicia, promover la equidad en los repartos de aguas, trabajo, cucayos, orientación; y, también, proporcionar la reflexión muy ligada a las costumbres antiguas, a la necesidad de fortalecer la familia.
El trabajo de muchas mujeres, acompañadas y acompañando en este camino que el movimiento indígena ha ido construyendo durante años de resistencia, ha ido fructificando. Una necesidad apremiante para las mujeres era la de formarnos mejor, capacitarnos como líderes, tener elementos para poder aportar en mejor manera a la comunidad, la organización y la crianza de los hijos. Sin embargo, siempre nos íbamos quedando rezagadas de la educación, de la participación más activa; cargando a los hijos íbamos a las acciones, a las mingas, a las reuniones; pero, éramos cada vez más conscientes de que nos faltaba una preparación. Estas consideraciones llevaron a que las mujeres quichuas, agrupadas en la Ecuarunari, empezásemos a experimentar propuestas de formación política, desde el año 1996.
En 1997 se logra conformar nuestra experiencia de Escuela de Formación de Mujeres Líderes Dolores Cacuango, y ahora este espacio es una constante para la reflexión, la vivencia compartida, la puesta en común de nuestras aspiraciones, conocimientos y demandas.
A las mujeres Quichuas nos preocupa el deterioro y empobrecimiento extremo que nuestras comunidades, igual que el resto de excluidos del país ha sufrido en este último lapso, a partir de la crisis de los bancos, que recayó en las débiles espaldas del pueblo. Es más, la carga más pesada siempre recae sobre la mujer, la jefa de hogar, la comunidad indígena, así que a más de una preocupación, es un eje de lucha el combate a la pobreza. El último año, las condiciones de pobreza al agravarse, han ocasionado una alta salida de nuestros hijos de las escuelas y colegios, una disminución gravísima de nuestra alimentación, así como el deterioro de las relaciones y vida social en nuestras parroquias y comunidades, inclusive.
Creemos que el gobierno nacional, al seguir impulsando medidas económicas que a nombre de salvar una macroeconomía que se desentiende de los verdaderos hijos de este país, esta derrumbando las posibilidades de futuro de nuestros pueblos. Creemos que llega a la provocación este gobierno que otorga créditos y regalos a los banqueros corruptos, que intenta subir los costos de los impuestos, que va a subir los precios de la gasolina y el gas. Estamos profundamente adoloridas y preocupadas por esta falta de conciencia social, por la aplicación de un modelo económicos que desatiende las necesidades humanas.
Pensamos que mantener estas medidas económicas, anunciando además la llegada de otras más gravosas para los pobres, se asemeja a un llamado a la confrontación, y hemos escuchado con mucha alarma y dolor, que muchos desde la impotencia a la que nos conduce el empobrecimiento y la rabia, piensan que se han de buscar formas de enfrentar este llamado inconsecuente de los gobernantes del Ecuador.
Frente a esta realidad, denunciamos esta provocación del gobierno, exigimos la búsqueda de alternativas reales a la economía nacional, y sobre todo queremos hacer un llamado comprometido a la paz en nuestro país, a una paz que se vaya construyendo desde la dignidad, el desarrollo sustentable e integral, el reconocimiento de la diversidad, y el cimiento de un estado plurinacional. Queremos llamar a la paz, mientras otros llaman a la confrontación entre hermanos, un llamado a una paz y un desarrollo que se basen en la comprensión y el verdadero diálogo intercultural. Nos hacemos eco entonces de las resoluciones de nuestro XV Congreso de la Confederación de Pueblos de la Nacionalidad Kichwa del Ecuador, en el sentido de convocar a todos y todas las ecuatorianas/os a un gran diálogo, del que nazca un acuerdo mínimo para avanzar, buscando alternativas y propuestas realmente viables para nuestro diverso, plurinacional y trabajador país.
Con el ejemplo de nuestros mayores, por nuestra historia de dignidad y resistencia levantamos nuestra propia voz y decimos: construyamos con tolerancia y diálogo un futuro Ecuador Plurinacional, Equitativo, que mirando sus verdaderos rostros y necesidades avance como referente para el mundo entero.