Boletín No 110

ICCI

Editorial

¿Quién responderá primero?
Seguridad Alimentaria o hambre en el Ecuador


Sin necesidad de acudir a Marx o a las complejidades de la Economía Política, todos sabemos que en el Ecuador los precios de los alimentos básicos se duplicaron y hasta se triplicaron (la canasta básica familiar según el INEC a mayo de 2008 cuesta 495 dólares 82 centavos para una familia promedio de 4 miembros). El arroz se vende en Quito a 42 y más dólares el quintal que hace pocos meses oscilaba entre los 22 y 27 dólares, por libras los 50 centavos de dólar ya casi no alcanzan para comprar una libra de la gramínea. Igualmente el azúcar bordea los 30 dólares el quintal, la leche, que es parte de la base nutricional de los niños y las personas de la tercera edad, se vende a 65 centavos de dólar y casi ya no se consigue pan por 10 centavos. La dignidad de un almuerzo común no es posible en Quito si no se tiene un dólar 50 centavos o dos dólares.

Se mantiene congelado desde el año 2002 el precio del cilindro de gas en un dólar 60 centavos, precio cuyo subsidio no pudo quitar el gobierno del binomio de Jamil; Gustavo Noboa, por su temor al pueblo y al levantamiento protagonizado por la CONAIE en ese entonces. Tampoco han logrado quitar o “focalizar” el subsidio del gas licuado de petróleo (GLP) otros gobiernos pese a la presión de los grupos oligárquicos y las instituciones de la mundialización del neoliberalismo como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional. Paradójicamente pese a lo relativamente barato del combustible ya no es posible poner muchos alimentos en la olla, los precios se han disparado sin control, de modo particular, durante los primeros meses de 2008, que corresponde al segundo año del mismísimo gobierno de la “revolución ciudadana”.

Tan revolucionaria es la situación de encarecimiento de los precios de los alimentos y la consecuente hambre y lamentables efectos sociales derivados, que se han sumado otros factores propios del nuevo modelo de acumulación mundial del capital; como el destino de los cereales y el azúcar para la elaboración de bio-combustibles, restando a la humanidad de toneladas de alimentos y espacios fértiles para garantizar la seguridad alimentaria. Lo único que está garantizado es la mayor circulación de automóviles. Se dice también que en los países emergentes superpoblados como la China y la India ha crecido la demanda de alimentos en las clases medias que tienen mayor acceso al consumo, hecho que ayudaría a explicar la crisis alimentaria que tiende a convertirse en un fenómeno mundial devastador. También se dice que las alteraciones climáticas que sufre el planeta han restado suelos fértiles y se han arruinado las cosechas en los países de Asia, América central y del sur, Australia y otros. Finalmente, se sostiene que las grandes empresas monopólicas planetarias que comercializan los alimentos están especulando criminalmente con los precios de los mismos.

En el artículo de Daniel Samper Pizano “TLC: Todos Limosnearemos Comida” al fundamentar la necesidad de que el Congreso norteamericano niegue la ratificación de dicho tratado, ya aceptado por el gobierno de Colombia, que constituiría un suicidio para la nación hermana. El periodista colombiano señala las espantosas consecuencias de la dependencia agropecuaria que sin TLC y peor con TLC se expresan ya en muchos países del mundo, algunos tan cercanos como Argentina, México y Haití. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) la crisis alimenticia mundial significará la caída en un 20% de los niveles de vida de los países pobres. “Hemos llegado al final de la era de la comida barata” ha sentenciado la revista “The Economist”, que agrega que soportamos los precios más altos en 170 años.

Los mismos organismos del “Sistema Mundo” del capitalismo global aceptan que dicha carestía alimenticia desestabilizará las economías y las democracias de los países más pobres por efecto de serios conflictos sociales, que nosotros, los ecuatorianos, si conocemos.

Para nuestro país, cuyos pueblos y movimientos sociales negamos la firma del TLC y hoy nos oponemos a la suscripción de una nueva versión del TLC (los Acuerdos de Asociación Comercial) que se busca pactar entre la Unión Europea y los países andinos, las explicaciones globales del hambre son sólo parte de la explicación, faltan otros elementos propios de nuestra particular situación como país.

En los últimos 20 años de gobiernos neoliberales la producción alimenticia y el marcado interno de alimentos fue desmantelado, se dejó de producir cereales como trigo y cebada, productos en los que éramos autosuficientes, llegamos al punto de importar hasta maíz y papas en los últimos años a consecuencia de este nocivo proceso, que destina, en algunos lugares de la serranía tierras fértiles en valles cercanos a fuentes de agua, grandes extensiones para sembrar flores para la exportación, de la que unos pocos se benefician. Los gobiernos de turno jamás se pusieron a pensar en los temas de la seguridad y la soberanía alimentaria, solo tenían cabeza para “inversión extranjera” y las exportaciones de productos primarios que nos ha consolidado como una “banana república”.

Las sequías, las heladas, las inundaciones, los diversos tipos de desastres naturales que son más frecuentes, así como la especulación que en nuestro medio puede alcanzar niveles delictivos son temas relacionados con la seguridad alimentaria, sin contar los fundamentales problemas históricos y estructurales como los de la propiedad y la tenencia de la tierra cuya democratización y redistribución influiría en un escenario inédito de escasez y hambre, pero no hay decisión ni voluntad política.

Frente a estos gravísimos problemas el gobierno de la “revolución ciudadana” tiene un grave desafío y dilema. Si logra superar su inveterada ambigüedad, deberá elegir entre el incremento de la pobreza y el hambre o la fijación, sin más dilaciones, de una lista de precios oficiales para los productos alimenticios de primera necesidad, atreviéndose en los hechos a romper de una vez el control neoliberal del mercado que reivindican los empresarios agrupados atrás de Blasco Peñaherrera Solá y las Cámaras empresariales en general. Si fuera un gobierno consecuente, ésta sería la oportunidad para trascender el discurso y culminar con la “noche neoliberal”. La ambivalencia gubernamental debe enfrentarse a la necesidad urgente de optar por una Reforma Agraria Integral que democratice y diversifique los tipos de propiedad que están intactos, de la gran concentración de la propiedad de la tierra debería pasarse al reparto democrático entre millones de campesinos e indígenas empobrecidos que trabajan la tierra. En este escenario el abaratamiento de la úrea y el otorgamiento de créditos para pocos agricultores son apenas un paliativo.

Si somos sinceros debemos admitir la terrible verdad de que los campesinos y sobre todos los indígenas más pobres, que cultivan en las tierras altas y erosionadas, son los que sin ninguna clase de asistencia gubernamental o no gubernamental nos dan de comer. Bajo soles y lluvias intensas y con su sacrificio diario garantizan la comida de la mayoría de hogares mestizos de las ciudades, sin que para ellos tengamos la más mínima consideración humana y sin que los gobiernos hagan justicia no sólo entregándoles dádivas y promesas que no se cumplen. También sabemos que son las redes de comerciantes especuladores los que encarecen los precios de los alimentos, razón por la que los beneficios no llegan a los verdaderos productores. Debería ser éste un momento de reflexión y de consecuencia para que el gobierno de Rafael Correa, que ha viajado a Nicaragua a la “Cumbre Alimenticia” decida acciones firmes y contundentes para prever las consecuencias de la inseguridad alimentaria y una inédita pero posible escasez. Es bueno que varios mandatarios se hayan reunido para discutir la soberanía y la seguridad alimentaria de los pueblos, pero nos preguntamos ¿qué pueden hacer frente a un despótico mercado que se ha vuelto tan poderoso?

Las decisiones del gobierno deberán pasar necesariamente por la voluntad política, que se circunscribe a cierta perspectiva académica socialdemócrata y quizá ni eso, visión pro europea, institucionalista y neoliberal que es la que al fin y al cabo constituye el cerco del actual régimen. Visión asistencialista, formal, orgánica al capital, que le impide al gobierno ver la verdadera profundidad drama y peligrosidad de las contradicciones sociales del propio sistema que están ayudando a remozar.

Es simple y a la vez complejo. Ningún índice o cifra de la crisis social desatada por el neoliberalismo ha sido revertida hasta ahora (según versión oficial el subempleo es de 50.2%, el desempleo sin contar los emigrantes y sus beneficiarios es de 6.10%, la inflación anual alcanza el 8.18%, y la inflación a mayo es de 1.52%), aún peor la situación se agrava, esa es la percepción del individuo común, no sólo de algunos medios que persiguen otros intereses. El descontento, por ahora no brota, está apenas contenido, represado, pero nadie garantiza que el silencio se mantendrá indefinidamente mientras el hambre sigue creciendo, no en los estómagos de la burocracia gubernamental, sino en la calidad de vida de las mayorías.

A pesar de que el gobierno y los asambleístas traten de acuñar e incorporar en la nueva Constitución el “Sumak Kawsay” (el buen vivir), las soluciones al problema de la inseguridad y falta de soberanía alimentaria, pasan por la solución de los temas de propiedad y tenencia de la tierra en zonas de presión demográfica y tierras sub ocupadas y sin función social, pasa por la reversión de las “transformaciones agrícolas estructurales” impuestas por el FMI – Banco Mundial, la introducción de técnicas ancestrales adecuadas de preservación de la tierra y el agua para evitar la erosión y la importación de los fertilizantes encarecidos. Pasa por recuperar el control de los recursos naturales como el agua para el regadío, la dotación de infraestructura pública básica, la construcción de caminos vecinales, la dotación de asistencia técnica, el cuidado de la diversidad biológica de las semillas nativas, la preservación de las fuentes hídricas y los recursos forestales y parques nacionales, el crédito barato y oportuno, los medios para una comercialización justa y de beneficio mutuo, entre otras acciones emergentes.

Si no hay cambios urgentes y no se enfrenta con responsabilidad política las causas del descontento estructural e histórico, los conflictos sociales impulsados por el hambre pueden emerger como un volcán incandescente desde los márgenes de la exclusión, la explotación y la desigualdad. Seguridad alimentaria o hambre en el Ecuador…¿quién responderá primero?.


Coordinación General: José Luis Bedón
Consejo Editorial:
Luis Macas
Patricio del Salto
Ricardo Ulcuango
Alicia Vacacela
Fernando Sarango
Blanca Chancosa
Floresmilo Simbaña
Edición Electrónica: Marc Becker

El estado plurinacional desde la perspectiva de los pueblos Primera parte


Luis E. Maldonado Ruiz

I. Aportes conceptuales Sin lugar a dudas, el actor social más importante, en las dos últimas décadas en el país ha sido el movimiento indígena ecuatoriano, que desde el año 90, con el levantamiento indígena, se constituyó en actor político nacional. Su emergencia, se sustentó principalmente en tres factores; el elevado y complejo nivel organizativo nacional. Su legítima y justa lucha que se caracterizó por una agenda nacional, que generó una amplia solidaridad en la sociedad. Y, su propuesta política innovadora y revolucionaria. Factores que fueron desarrollados de manera autónoma por una alianza de organizaciones territoriales, constituidas a partir de las comunidades y sus autoridades propias. Ante la grave crisis económica e institucional producto de las políticas de ajuste económico y los niveles insostenibles de corrupción de las clases dominantes que mantuvieron prácticas coloniales de saqueo y exclusión, repudiadas por el pueblo ecuatoriano, el movimiento indígena emerge como fuerza social, política y ética, planteando al pueblo ecuatoriano la necesidad de redefinir un nuevo pacto social, para fundar un nuevo Estado y configurar una nueva sociedad, a través de mecanismos democráticos como la instalación de una Asamblea Constituyente. En este contexto de lucha política y social, se plantea la idea de la Plurinacionalidad, como el reconocimiento jurídico y político de la diversidad de culturas o pueblos, expresadas como entidades históricas diferenciadas; que comparten una comunidad de valores e identidades particulares, formas de organización social y política, origen histórico e idioma. Esta tesis, se plantea como respuesta, en primer lugar, a la invisibilización de los pueblos indígenas por parte del Estado, que por siglos, los definió como “poblaciones” (un conjunto de individuos dispersos), como campesinos (por la actividad económica mayoritaria de la población indígena, aunque en la actualidad su actividad económica se ha diversificado) o lo estigmatizaron con adjetivos que reflejaban los prejuicios sociales y raciales producto de las relaciones de dominación instaurada desde la colonia, como; salvajes, naturales, tribus, hordas, etnias, etc., en definitiva como formas de organización social inferiores al Estado. Como es obvio, era necesario para los pueblos indígenas, buscar en el lenguaje y en el desarrollo conceptual de las ciencias sociales del dominador, un concepto que exprese de mejor manera su realidad socio-política. Por otra parte, se cuestionó la existencia de una nación ecuatoriana, señalando que la nación ecuatoriana no se ha logrado construir precisamente por la exclusión de los componentes socioculturales que la constituyen e imponer violentamente la cultura europea a través de la aculturación y la asimilación. Matriz civilizatoria euro céntrico y colonial constituida en el fundamento del Estado Nación. Solo que, sus promotores; la burguesía local y la posterior oligarquía, no contó con la posibilidad de que este objetivo no se lograra. En realidad, concordando con importantes investigadores sociales del país hay que señalar que en el mejor de los casos la nación ecuatoriana esta ciernes, es decir en proceso de construcción, aunque los pueblos indígenas plantean que no se necesita construir una nación sino consolidar sociedades pluriculturales, que sean el soporte de un Estado que los represente. El Estado Plurinacional. Por otra parte, es el movimiento indígena que denuncia la vigencia de un colonialismo interno ejercido por el Estado y sus clases dominantes, que históricamente han desconocido y excluido a estas entidades y han instaurado un sistema de explotación que ha generado desigualdades y pobreza extrema en la mayoría de la población ecuatoriana. En definitiva, estos planteamientos políticos cuestionaron los cimientos en los cuales se sustentaba el proyecto del Estado Nacional y por tanto también de sus instituciones y su sistema político excluyente. Otra tesis importante es “la unidad en la diversidad”, idea que plantea el imperativo político de la unidad respetando la diversidad de los pueblos y culturas, de esta manera se aclara a la sociedad ecuatoriana que los pueblos indígenas a pesar de haber vivido sometidos, excluidos, repudiados por el hecho de ser diferentes por siglos, buscan la unidad de los ecuatorianos, demandan reconocernos como hermanos a pesar de las diferencias, para construir un futuro común. Esta es la mayor demostración de madurez política y democrática de este movimiento y también la mayor prueba de patriotismo y lealtad con el país, que diluye los temores que habían creados sectores interesados al afirmar que se iniciaba el terror en el país por la “venganza india” o porque se iba a dividir al país creando otros estados o también que se iba a dividir al movimiento social expresados por grupos políticos o religiosos que defendían sus mezquinos interese por el hecho de que perdían el tutelaje sobre estos pueblos, usufructuado de su pobreza. La propuesta política presentada en el año noventa para debate nacional, no era un proyecto acabado, sino una propuesta susceptible de cambios, que invitaba a todos los sectores de la sociedad a construir una propuesta alternativa. El proyecto político para la construcción del Estado Plurinacional, fue entendido como una alternativa de organización jurídica y política para la sociedad ecuatoriana, que incluye a todos los componentes nacionales, en una relación equitativa e igualitaria y como un sistema de gobierno democrático participativo, que propugna la justicia, las libertades individuales y colectivas, el respeto de la diferencias, un sistema que establece relaciones de reciprocidad y solidaridad e impulsa el desarrollo integral y equitativo de la sociedad. El proyecto del Estado Plurinacional destaca tres elementos fundamentales para su construcción que vale resaltar por su importancia: • El Reconocimiento de la diversidad de pueblos y culturas: El Ecuador es un país diverso, en el que coexisten pueblos y culturas particulares, muchas de las cuales son de origen ancestral preexistentes a la creación del Estado. Estas últimas se autodefinen como nacionalidades y pueblos, asentadas en ámbitos territoriales, las mismas que deben ser reconocidas como parte constitutiva del Estado Plurinacional, por tanto se incorpora, enriquece y respeta las distintas visiones de desarrollo, de la organización social y política y de sus instituciones. De esta manera se reconoce dos sujetos políticos y de derecho; el ciudadano y las nacionalidades o pueblos. • La transformación del Estado y los poderes hegemónicos: La plena incorporación de las nacionalidades y pueblos al nuevo estado implica la abolición de toda forma de opresión, explotación y exclusión. Sin la transformación del sistema político, económico e institucional colonial y neoliberal no es posible la participación plena y el ejercicio de los derechos ciudadanos y colectivos. Por ello, el nuevo modelo de organización política debe tener por objetivo la descolonización del país y del Estado, que permita una participación justa e igualitaria. • La interculturalidad: es el nuevo tipo de relación igualitaria y de respeto entre las nacionalidades, pueblos y culturas y, el Estado, el mismo que promueve el conocimiento y la valoración de la diversidad para la construcción de un proyecto común de país. Por ello, si no existe por parte de la sociedad en general y del Estado un reconocimiento de la diversidad no se pueden generarse relaciones interculturales. De otra manera; si no existe el reconocimiento de los sujetos históricos constituyentes no puede haber relaciones interculturales, porque la interculturalidad es la interrelación de estos sujetos, que en el marco del Estado Plurinacional establecen relaciones de igualdad, superando las relaciones de dominación.
Coordinación General: José Luis Bedón Consejo Editorial: Luis Macas Patricio del Salto Ricardo Ulcuango Alicia Vacacela Fernando Sarango Blanca Chancosa Floresmilo Simbaña Edición Electrónica: Marc Becker

El “Sumak Kawsay” (“Buen vivir”) y las cesuras del desarrollo PRIMERA PARTE


Pablo Dávalos

De todos los conceptos creados desde la positividad de la economía neoliberal, el concepto de crecimiento económico como base del desarrollo social es, de hecho, uno de los que más connotaciones simbólicas y políticas poseen. Es un concepto hecho a la medida de las ilusiones y utopías del neoliberalismo y del capitalismo tardío. Con la misma fuerza que el creyente cree en la epifanía de la voluntad divina, el economista neoliberal, cree en las atribuciones y virtudes mágicas que tiene el crecimiento económico. Es una especie de doximancia en la que la sola enunciación del crecimiento económico se convertiría en taumaturgo de la realidad.

Esta noción del crecimiento económico recupera las necesidades políticas del neoliberalismo, y, para legitimarse, apela al concepto decimonónico e iluminista del “progreso”. En efecto, desde esta perspectiva el crecimiento económico sería otro símbolo de progreso y éste, por definición, no admite discusiones. De esta manera, el neoliberalismo pretende tejer una solución de continuidad histórica con el iluminismo y con las promesas emancipatorias de la modernidad. En la simbólica moderna, toda persona, o todo pueblo, al menos teóricamente, quiere progresar, quiere “salir adelante”; quiere “superarse”. Para el neoliberalismo, poner trabas al progreso es ser retardatario. Poner trabas al crecimiento es una aberración de los pueblos “atrasados” que, de forma imperativa, deben modernizarse. Oponerse al desarrollo, por tanto, es antihistórico. Estar en contra del crecimiento económico es síntoma y signo de oposición al cambio.

Pero el crecimiento económico, vale decir el desarrollo, por antonomasia es obra de los mercados y, a su vez, de las empresas privadas. La empresa privada (y en su forma más moderna: la corporación), gracias al discurso neoliberal del crecimiento económico se creen portadoras de una misión de trascendencia histórica: asegurar el cumplimiento de una de las promesas más caras de la modernidad capitalista: el progreso económico en condiciones de libertad individual.

En esta noción de crecimiento y desarrollo económico el discurso neoliberal crea un fetiche al cual rinde tributos, oraciones, y penitencias. El crecimiento económico, según la doctrina neoliberal, resolverá por sí solo los problemas de la pobreza, iniquidad, desempleo, falta de oportunidades, inversión, contaminación y degradación ecológica, etc.

El crecimiento económico se convierte en la parusía del capital. En el horizonte utópico hacia el cual necesariamente hay que llegar, a condición de que, obviamente, se dejen libres los mercados y que el Estado respete las reglas de juego del sector privado. En la teología del neoliberalismo, la parusía del crecimiento económico solo puede provenir de la mano invisible de los mercados. Gracias a esta noción de crecimiento económico, el neoliberalismo puede deconstruir aquellos modelos económicos y sociales que comprendían la intervención del Estado; y posicionar su proyecto político como un modelo de crecimiento por la vía de los mercados. El crecimiento económico, en las coordenadas teóricas y políticas del neoliberalismo, permite desarmar aquellas nociones de planificación social, de bienes públicos y solidaridades colectivas que formaron parte del debate político latinoamericano y mundial, antes de la “larga noche neoliberal”.

Ahora bien, la teoría del crecimiento económico por la vía de los mercados y como base del desarrollo, es una invención reciente. Su formulación como parte de las teorías del desarrollo y su reformulación como propuesta de mercados libres y competitivos como único espacio histórico posible del desarrollo económico, está relacionada con la contrarrevolución monetarista de Friedman y de la Escuela de Chicago, producida en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.

En realidad, el crecimiento como dispositivo conceptual del desarrollo neoliberal, es un argumento vacío. En efecto, el crecimiento económico, strictu sensu, no existe. Lo que existe es la acumulación del capital, y el capital no es ni una cosa ni un conjunto de objetos, es una relación social mediada por la explotación y la reificación. La acumulación del capital implica, por definición, la ampliación de las fronteras de la explotación y de la enajenación humana. A más crecimiento, más acumulación de capital, y, por tanto, más explotación, más degradación, más enajenación.

El desarrollo basado en la noción neoliberal del crecimiento económico, es un discurso mentiroso y encubridor de las relaciones de poder que genera la acumulación del capital en su momento especulativo. El crecimiento económico como teleología (o como finalidad) social y fetichismo de la historia es un dispositivo simbólico y epistémico que tiene una función política: aquella de generar los consensos necesarios para posibilitar la acumulación del capital en su momento especulativo y neoliberal.

Tiene también una función histórica: aquella de cerrar los espacios de posibles humanos en las coordenadas de la economía y del mercado. El neoliberalismo es el fin de la historia moderna. No hay nada más allá del fin de la historia: las utopías desaparecen y las metanarraciones de la modernidad se fragmentan. En el mundo neoliberal se han cumplido con las promesas emancipatorias de libertad y progreso. Sin embargo, esa libertad y progreso son puestas en las perspectivas del mercado y la libre empresa, y el ser humano que mide a su condición humana en la reificación de las cosas, ya fue cuestionado por los filósofos marxistas de la Escuela de Frankfurt, además, el discurso del crecimiento económico ha sido objeto de un intenso cuestionamiento, desde Iván Illich, Arnold Naess, Herbert Marcuse, hasta Arturo Escobar y Serge Latouche, entre otros.

De esas críticas y cuestionamientos al discurso neoliberal del crecimiento económico, y utilizando una figura de la retórica que implica ruptura, interrupción y fisuras, habría de recordar aquellas cesuras que esta noción ha producido y cuyas connotaciones históricas y sociales son ineludibles a la hora de repensar al desarrollo y sus alternativas, sobre todo en momentos de fin de la historia y de posmodernidad neoliberal.

La primera de esas cesuras es cuando el discurso del crecimiento económico fragmenta y rompe la relación del ser humano con la naturaleza. Desde el proyecto de Descartes del hombre como “amo y señor de la naturaleza”, hasta el informe de la Comisión Brundtland de 1986, pasando por la Cumbre de Río y las preocupaciones recientes sobre el calentamiento global, el desarrollo económico y el discurso del crecimiento, no han podido cerrar esa cesura. Todo lo contrario, ahora genera problemas que antes parecían inconcebibles.

La visión de los mercados como alternativa histórica para la relación hombre-naturaleza está ampliando esta cesura y presentándonos escenarios que antes nos habrían parecido impensables. Solo desde una visión de un extremo egoísmo con el presente, y absoluta enajenación con el futuro, puede pensarse que la producción de alimentos ahora sea para los autos y no para los seres humanos. Los biocombustibles ponen al discurso del crecimiento económico en la frontera final de la utilización de la naturaleza. ¿Qué viene después? ¿Quizá la privatización del aire? ¿La comercialización del clima, como lo pretende el proyecto HAARP?

Comprendemos, gracias a esa propuesta de privatización de la naturaleza, que el concepto de “desarrollo sustentable” de la Comisión Brundtland, nunca fue más que un simulacro, una expiación del capitalismo tardío en su hora neoliberal. Una coartada para los proyectos privatizadores del Banco Mundial. Sin embargo, el calentamiento global es una amenaza real. El capitalismo y su discurso del desarrollo, gracias a la cesura que se produjo cuando se instrumentalizó la naturaleza y se rompió la unidad del hombre con su entorno, están provocando una de las crisis más graves y profundas que pone en peligro a toda la existencia humana sobre la Tierra. En la perspectiva del mercado no hay posibilidades de frenar el cambio climático y el calentamiento global. Llegará un día en el que la humanidad tenga que optar entre la vigencia de los mercados capitalistas o su propia pervivencia. Llegará un día en el que los conocimientos y saberes ancestrales de los pueblos indígenas sean la única opción para salvar al planeta de la devastación provocada por el libre mercado.

Una segunda cesura del discurso del crecimiento económico y el desarrollo, es aquella relacionada con la ética. Ni el desarrollo, ni el crecimiento económico son éticos, y no pueden serlo, porque al incorporar variables éticas al crecimiento económico, éste corre el riesgo de entrar en serias contradicciones lógicas que pondrían en peligro la validez epistemológica de la economía en su conjunto.

El comportamiento maximizador del homo economicus está reñido con la ética, e impide la elección racional en mercados competitivos. Un consumidor ante una mercancía nunca piensa en los demás, sino en sí mismo. El momento en el que se atraviese en su elección individual cualquier preocupación ética por los demás, sus decisiones económicas se invalidan automáticamente. Para la teoría vigente del consumidor, que fundamenta a todo el edificio conceptual de la economía moderna, éstas no serían decisiones racionales.

Pensar de manera ética, por definición, es pensar en contra del mercado y del interés individual. Pensar éticamente no es racional, al menos en los contenidos que la economía entiende por “racional”. Ética y crecimiento económico son dimensiones contrapuestas. La cesura con respecto a la ética, ha producido una instrumentalización del conocimiento, del saber social y de la convivencia humana.

Una sociedad que se dedica a la industria de la guerra, puede exhibir envidiables parámetros e indicadores de desarrollo económico, pero esa sociedad puede revelarse como un peligro para las demás. Mientras más crezca en términos económicos esa sociedad, más riesgos existen para la paz del mundo.


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